Aquí va la continuación. Y esperar al final para lo del título.
En una hora habían fabricado lo que Calzones llamaba un sombrajo. Según él, lo mismo que se utilizaba en las viñas para que se refugiara la persona que la guardaba en los meses en que estaban a la sazón las uvas, que por otra parte era la época de la canícula. La única diferencia era que los sombrajos estaban tapados por el techo y este lo estaba por los lados.
-¡Antoñito, alárgate hasta aquellas peñas y dime si se vé el sombrajo!
Y Antoñito como una cabra saltarina iba sorteando los cantos hasta ponerse a treinta o cuarenta metros.
-¡¡Tío…!!, (gritaba)… ¡¡Se ve el palo de la izquierda!!... (volvia a gritar)…y Calzones cubría con lentisco la zona del palo en cuestión, hasta que todo el tinglado no dejaba de ser un lentisco mas. A continuación llamaba en voz baja a Antoñín, -Zagal, abre los oídos y escucha, ¿Qué oyes?.
-El niño intentaba oir algo mirando en todas direcciones. –No se escucha nada, ¿que tengo que escuchar?.
-Pos eso Antonín, er campo no suena cuando está sosegao, ni grita. Ji no lo quieres alterá no debes gritar tu tampoco.
-¡Ah claro!...(y asumia la lección). Ha quedado chulo ¿…¡eh!, Tío Calzones?, decía en voz baja frente al aguardo.
-Los marranos viejos je matan con un guen puesto y un guen culo. Un guen puesto es er que no je vé. Ji tu lo ve, lo ve er marrano. Ji tu no lo vé, es pojible que no lo vea er guarro. Er lentisco aguanta verde cuatro u cinco diaj. Doj o trej, pa que er bicho se acostumbre ar cambio, y otros doj o trej… pa ponernos a darle er susto. Y échale culo, cuantas mas horas de culo mas posiblilidades de coincidí con er mozo. ¡Ahora a merendá!.
Antoñín se frotó las manos. Sabía que lo que comía con Calzones no lo comía en el pueblo. A sus amigos no le gustaban esos alimentos pero a él le volvían loco. Su chuchería preferida era la oreja de cerdo ahumada y salada. Cortada en tiras finas, se le hacia la boca agua de pensar en ella. Por supuesto en su casa no la tomaba, porque intentaban hace dieta equilibrada, y al mismo Calzones se la había prohibido “Er Joio Don Ansermo” por tener un poco de colesterol y la tensión alta. - ¿Pero que coño quiere que tenga er joio Don Ansermo con ochenta añoj?. “Er joio Don Ansermo”, no era otro que Anselmo, el médico de Villalba del Fresno. - ¡A vé que colesteró va tené él con ochenta añoj!.
Poniendo cara de “gamberro de ochenta tacos”, Calzones fue sacando lentamente un papel de estraza, lleno de manchas de grasa y lo abrió delante de Antoñín. –¡Oreja y panceta! Gritó Antoñin en voz baja (“para no alterar al campo”) y remató la exclamación silenciosa con un gesto como de quererse clavar los codos en la cintura con los puños hacia arriba. Calzones le guiñó un ojo y dijo:
- ¡Que le zurzan a Don Ansermo!.
Saco media hogaza de pan del de Gratis, (que con los tiempos modernos, ya no era gratis, sino que había que comprarlo), una botella de agua y una garrafita pequeña de vino de consagrar. (Ese se lo seguía suministrando el cura por supuesto “de gratis”. Si acaso a cambio de algún conejete ocasional). Porque…-El clarete, ¡ni verlo!, según Don Anser… Tié cojones la cosa!
-¡Hala!, amos a probá loj asientos der sombrajo. Y se sentaron los dos, a comer, mientras miraban por la tronera. Por cada tira de oreja que comía Calzones, Antoñin se zampaba cinco. –Buenos piños tiés zagal, yo tengo que marearla un poco. - Le decía Mario al verlo comer, y seguían comiendo en silencio. La tronera había quedado bien, era alargada y horizontal con el palo de maraña haciendo de apoyo en el borde. A medio mareo de oreja, Calzones cogió la Perra, con los movimientos pausados de quien lo ha hecho mil veces, y apuntó. Antoñín dejó de mascar, y miraba alternativamente a Mario y a la pedrera, sin saber a que estaba apuntando.
-¡¡Ufff!!...Larguillo er tiro. No jé, no jé… - y bajó la escopeta. Los dos siguieron mascando.
Los dos días siguientes, Antoñín era el niño mas dispuesto de Villalba. Si había que hacer un mandado, lo hacia él. Cualquier faena que pudiera, la hacia él. Los deberes, a primera hora de la mañana…Todo para que no lo fuesen a castigar sin subir a la sierra el día de marras.
Y llegó don Serafín. Como dijo Antonio, venía con un chofer. Los abrazos fueron de padre y muy señor mío. Trajo algunos regalos para Marta y Teresa, y una pequeña navaja chata con mango de palo, comprada en el bar de siempre, que le entregó a escondidas a Antonín, (como si fuese el secreto mejor guardado del mundo, pero previo el permiso de Antonio “padre”. Eso sí Marta, no se podía enterar de nada). A Antonio le trajo una caja de balas del 8x57, que en el pueblo era imposible conseguir, y a Calzones, una taleguilla con balas del doce, recargadas con puntas americanas especialmente para él. Ese día ”solo” comieron y bebieron, “como doce”, y se dedicaron a planear la estrategia. Según Calzones: -No hay na que planeá, subimo, noj jentamo y a esperá ar marrano.
Sin embargo Antonio más racional, se ocupaba de los detalles, que con tanta gente, eran más prolijos. –Vamos a estar desde las cinco hasta… ¡la hora que sea!.
-¡Ejo!, hay que dí temprano y dá lugá a quer campo se orvide de nojotros. (Esto lo dijo Calzones, ¡claro!)
-Tenemos que comer a primera hora para no formar jaleo. Como a las siete de la tarde. Que las tripas sin comer hacen mucho ruido. (Continuó dicendo Antonio).
Y tras una pausa, tronó Calzones:
-¡¡Y tenemos que meá!!
El conductor, que aunque estaba integrado en el grupo, se mantenía en un segundo plano, se quedó estupefacto, como preguntándose: ¿Con quién se junta mi jefe?. Serafín y Antonio estallaron en una carcajada, que relajó al conductor.
-Pos sí, ¡Cagondiez! Tenemos que meá. –Repitió.
Las risas continuaron, pero todos sabían que Calzones tenía toda la razón del mundo. Cinco personas metidas en un chamizo, durante por lo menos seis o siete horas, (con suerte), tenían un problema de evacuación.
Calzones siguió, intentando exponer la solución con todo el tacto que le fue posible, habiendo cuenta de que uno al menos era un extraño en la reunión.- Tengo en er corralón una lechera vieja que no pesa y se pué cerrá hermáticamente. Se echa arena en er fondo pa no jacé ruio y la ponemo en una esquina. Vamo, un aguardo de lujo, con letrina y tó.
Nuevas risas, y palmetazo en la espalda de Mario propinado por Serafín.-¡Estás en todo, cabrón!. Le dijo.
El conductor con los ojos mas grandes todavía, pensando: -Ojú el jefe largando tacos, si lo escucha la señora condesa, lo mata. Pero le agradaba aquella faceta de su “jefe”.
-Matias… ( que así se llamaba el chofer), empezó Serafin,-de lo que oigas aquí,¡ ni una palabra a la señora!.
-Descuide, don Serafin.
-Y aquí soy Serafín, ¡cojones!... Este es como Calzones, no hay forma. –Terminó mirando al maestro.
Mas risas, y Matias algo mas integrado en la “Charpa”, como llama Calzones al grupito.
-¡¡Y subí cagaos, no vayamos a jodé la marrana!!, -tronó de nuevo Calzones
-¡Nunca mejor dicho!. Terminó Serafín.
-Gueno, mañana al arba, subo a vé siestá maduro el aguardo. Sus preparais pa na mas comé y planchá un poco la oreja subirnos pa la pedrera.
A las diez de la mañana, estaban terminando de desayunar, (sin mucho apetito porque la noche anterior se habían puesto “bien”), cuando llegó Calzones diciendo que la Pedrera prometía.
-El guarro está entrando otra vej. Le había esperdigao algo de maíz por los cantos y se lo ha merendao tó. ¡Asín que dir preparando los tiestos!.
Serafín estaba nervioso como un primerizo, pero eso le pasaba cada vez que venía a Villalba por motivos cinegéticos.
A las cinco estaban todos descansados y dispuestos con todos los avíos. Matías llevaba, el macuto de Serafín, que pesaba un rato porque el conde, se había traido algunas “delicatesen” para que se pegaran un buen homenaje, mientras esperaban.