Estimados compañeros de afición, perdonad que haya tardado tanto en colgar la continuación, pero he estado de viaje por trabajo. A continuación pongo la segunda parte, que por ser demasiado extensa tendré que colocar en dos veces. Espero que seais indulgentes con los aplazamientos por otra parte inevitables. Os garantizo el desenlace en la proxima entrega.
Saludos.
Los hijos llegaron el viernes a última hora. Los preparativos no les habían dejado salir antes de Madrid. Traían equipaje como para quedarse definitivamente. A Mario le produjo cierta desilusión ver aparecer el mercedes blanco cargadito hasta los topes, cuando pensaba que por la hora, igual se lo habían pensado mejor y finalmente no venían. El coche pese a lo ostentoso se veía descuidado. Algunos rayones y bollos sin reparar y humeando mas de la cuenta.
Pese a todo se alegró de ver a su hijo Juan al que abrazó con afecto de padre y este correspondió al abrazo. Despues se acercó a Lucía que le dio dos besos con la dulzura que la caracterizaba.
-¿Onde anda el Pablo?. ¿Creia que venía con vozotros?.-Preguntó Mario-
-Con Pablo es imposible ponerse de acuerdo. Juana siempre tiene algo que hacer y hay que estar a su horario. Así que le dijimos que se viniesen por su cuenta. Además tienen coche nuevo y querrán lucirlo.
-Pos entonce no le irán der todo mal las cosas si san comprao un coche nuevo.
-Anda que están con el coche nuevo con el agua al cuello. Y todo porque yo me compré el mercedes de segunda mano y él (osea la mujer) no podían ser menos.
-¿Y sa comprao otro mercedes?
-¡Que vá!, se ha comprado un todoterreno. Que gasta mas que la Juana en ropa.
-No jables asín de tu cuñá que merece un respeto.
Antonio, el maestro se había trasladado hacia un par de días a la casa que estaba junto a la del veterinario. La del veterinario fue la que ocupó él durante los pocos años que estuvo en Villalba del Fresno al principio de su labor docente. En el fondo se alegró, porque así tenía cierta independencia y a Calzones bien cerquita, al otro lado de la calle.
Cuando se apercibió de la llegada de la familia de su amigo, salió a saludar, y Mario hizo las presentaciones a su manera.
-Este señor es el señor Maestro, Don Antonio…Aquí mi hijo y zu señora, que vienen a pasá unos días de sus vacaciones, pero no se quedarán mucho.
Antonio lo miraba de reojillo, como pensando si estaba de broma o en serio, mientras echaba una mano a la descarga de chismes.
Cuando coincidían solos, descargando, y los demás entraban o salían de la casa…
-Calzones…¿para unos días no es mucho equipaje?....-preguntaba Antonio en voz baja-
-¡Como se queden mucho mas, los pongo en la calle!…-y gritaba disimulando- ¿Esto onde lo pongo, Juan?
- Lucia se lo cogía amablemente y lo colocaba en su sitio. Mientras, los dos “compinches” salían al coche por mas chismes.
-…¿Qué hay del guarro grande de la baña…? ¿Lo has visto más?...
Y Calzones, con los ojos brillantes contestaba en un susurro.- ¡To los días!. Se baña a la mesma hora to los días…
-Pues habrá que hacer algo, ¡digo yo!...
-¡Cago en diez, veremos…! Con estos aquí…vas a tené que dí solo.
-Bueno, antes o después se irán, ¿No Calzones?.
-¿Y el guarro va a está esperando?... no jé, no jé. Se mace que esta vez vas a tené que dí solo. ¡¡¿Y esto onde lo pongo?!!. Mañana hablamos temprano, que estos, seguro que no madrugan.
-¡Hasta mañana entonces Calzones!¡Hasta mañana, Familia!-Levantando la voz para que lo escuchen desde dentro. Y lo consigue porque le contestan,” un hasta mañana D. Antonio” casi al unísono.
A las siete de la mañana están Antonio y Calzones en el bar, tomando un café y cambiando impresiones. Calzones le cuenta al maestro que posiblemente, su hijo Pablo llegue esa mañana con la “Arpía”, y que va a estar liado como para subir a ver si se sigue bañando el guarroncho.
A lo que Antonio contesta:
-Ten cuidado Calzones que se te va a escapar, y la vas a llamar “arpía” delante de todos, y entonces se lía la de “Dios es Cristo”. Si quieres, esta mañana que no tengo nada que hacer, me acerco a ver si ha entrado esta noche el cochino. Y según vea, ya decidimos lo que hacemos.
-¡Me paece bien!, pero acuérdate que no tiés que acercarte al Arroyo Jondo. Solo mira desde la ladera, que si a las 10 de la mañana el agua está turbia es que ha habio remojón. Mira los chaparros cercanos que el barro tié que está fresco entoavia onde se haya rascao. Pa eso es bueno que ta´pañes los “telescopios” esos que te comprastes.
-¡Prismáticos Calzones!
-Pos eso, pa mirá lejos, ¿no?
-¡Hecho Calzones!
Y cuando se iban cada uno a lo suyo, Mario le gritó al maestro.: - Y llevate las alpargatas de esparto que te regalé, mejón que las botas que crujen y huelen mucho.
- ¿Como coño habrá olido Calzones mis botas?. Bueno, llevaré las alpargatas.
El maestro tal como llegó a su casa le contó a su “santa” lo que iba a hacer. Cogió un bocadillo, los prismáticos, una gorra campera que ya empezaba a estar sobada, su navajilla de palo, -también regalo de su amigo-, se calzó sus alpargatas y se encaminó al monte.
-Joder parezco un “Jenderista” que diría Calzones.
Llegó a la ladera, y comprobó sobre el terreno, que andaba con las alpargatas como si fuera con los pies desnudos de silenciosas que eran, pero sin clavarse nada.
-¡Que cabrón el Calzones!, Si que son buenas para moverse por el campo sin hacer ruido. (Pensó el maestro al pararse frente al arroyo, como a unos cien metros por encima para no dejar rastro).
Comprobó que el aire seguía bueno, de la sierra arroyo abajo, y así “pillaba de costao” del lugar donde se ponían a observar. Se sentó en la lasca de piedra que ya usara con Mario y dejó, sin darse cuenta que su mente se fuera a viajar por su cuenta. Estaba recordando episodios vividos con Calzones, cuando un ruido de tripas lo sacó de la “catalepsia”.
-¡Leches si son mis tripas!, y echó mano del bocadillo, que como siempre un bocadillo “ de lo que sea”, sentado en una piedra al abrigo de un roble, sabe a gloria. Entre bocado y bocado miraba con los prismáticos los bajos de la frontera y el arroyo. La baña estaba sin tocar y el barro de los chaparros completamente seco.
-¡Me parece que hoy no se ha bañado el angelito!
Estuvo como una hora, viendo el campo moverse. Incluso vio algo que le llamó la atención. Cuando el calor apretaba, una cierva se bañó en una de las charcas como si fuera un cochino. En estas estaba, viendo el baño de la pepa cuando esta, dio un respingo y desapareció como alma que lleva el diablo sin pararse siquiera a ladrar.
-¡Ya me ha visto la nadadora!
Y siguió con los prismáticos, con el bocata ya acabado, para ver que la cierva no se había asustado de él, sino que bajando la pendiente, por la barrera de enfrente venía un guarro grande como un mulo.
Antonio miró el reloj… -Las once menos cuarto, ¿Qué hace este elemento a estas horas por el monte?.
El guarro se puso a hozar en las piedras de la rivera del arroyo, como si se acabara de levantar del encame. Antonio no salía de su asombro, y estaba absorto sacándose los ojos con los binoculares. Tan absorto estaba que no salió de este estado, hasta que le tocaron el hombro.
-¡Cagoen la leche!, ¡que susto!... y al volverse vió a Calzones con el dedo índice vertical sobre la boca susurrándole: … sssccchhhiis, ¡no jagas ruio!, ya he visto el guarro hozando pero ese es otro. Es más cano que el de la noche y maj grande, pero creo que tie menos boca. Ese está juntao con guarro casero.
-¿Pero tú no estabas con la familia?.
Al Juan y a su mujer se los han llevado mi cuñá, y Marta, tu mujer a conocer la Hermita de San Baudilio. Y yo la Hermita la tengo mu vista. El otro hijo, entoavia no sé cuando llega. ¿Asín que onde mejón que aquí se pué está?. Además la Tere ma dicho que vendría bien algo de carne de res o de jabato, que como somos muchos, además de los que paran de paso pa la fuente. Pues que jace farta carnaca. Y yo “triste” de tener que apañarla.
Se sentó en el suelo junto a su amigo y con los codos sobre las rodillas se colocó sujetándose la cabeza por el mentón como si le pesara. Miraba fijamente al jabato que seguía hurgando en las piedras y juncos de la orilla y lo mismo hacia el maestro, que le preguntaba en un susurro:
-¿Crees que merece la pena?, Ni con los prismáticos le veo la boca.
-¿Qué si mereze la pena?¿ No la va a merezé?,¿ tu has visto lo gordo y luztroso que´stá?. ¡Eze tié una pocas arrobas de carne!.
-¿Y el de la noche?
-¡Ese también!. Primero nos apiolamos al listo de madrugá, nos jechamos una cabezá y a las once nos apañamos al gordito. ¡Ea vámonos, que aquí está to visto!.
-Pués el “listo” como tu le llamas no se ha bañado esta noche.
-¡Pos mejón!, ¿tú cuando ties mas ganas de bañarte, cuando lo jaces cada día, o cuando llevas un día sin jacerlo?. ¡Mañana entra fijo!
-Pero puede bañarse en cualquier otro sitio. ¿No?
- Pué bañarse en el manantío grande. Que tié que está bien perjumao de los jenderistas. Asín que si se acerca y lo huele sale de najas. El otro jitio con agua es el manantial de la jumbria. Y allí le vamos a dejá un regalito.
Volvieron al pueblo y ya estaban los senderistas dándole a la cerveza fresquita y a las chacinas que les servía Tere ayudada desinteresadamente por Marta. Mientras en otra mesa Juan leia el periódico y Lucía jugaba con el hijo del maestro.
-¿Has visto como están de enzudaos?. Preguntó Mario a Antonio cuando vió a los senderistas sentados bajo la parra.
-¿Cómo están de qué…?
-Zudor, ¿no vej como zudan?. Vienen chorreando zudor. Y han zudao en el manantío grande. Han dejado su rastro, y allí no jentra un guarro en una semana.
-¿Y en el otro manantial, el de la umbría?.
-¡En ese dejamos el nuestro!.
Echaron mano a la intendencia hostelera a la vez que sacaban unas cervezas para ellos y se ponían en la mesa con Juan.
Antonio no sabía por qué Mario había salido de la casa con una zamarra de invierno y se sentó bajo la parra a beberse su cerveza. Como persona prudente no hizo comentario alguno. Sabia que su amigo tendría sus razones. Pero Juan, rápidamente hizo la puntualización de turno, propia de quien no está acostumbrado a callarse nada.
-¡Padre, te vas a asar con la pelliza esa, que estamos en Julio! Jaja.
Y Mario prudente…
-Si se te enfria er zudor te pués poner malo.
Mario notaba como empezaba a sudar. Y cogió otra cerveza. Cuando llevaba tres cervezas y sudaba copiosamente se palpó la zamarra que estaba bien mojada. Pasó al interior de la casa y salió de esta sin esta prenda, que había dejado metida en una bolsa de plástico bien cerrada.
Comieron como correspondía a la hora en cuestión y después que se fueran los senderistas y quedó todo recogido y tranquilo se echaron a la siesta. Una hora después, con calor aún, unos golpes suaves en la puerta de la casa del maestro, hicieron que este acudiese a la puerta “sospechando” quien llamaba así.
-Calzones, sabía que eras tú, quien sinó iba a llamar a la puerta a las cinco y media con el calor que hace.(dijo el maestro en voz baja para no despertar a su mujer y al niño).
-Arrea maestro, que tenemos una cita con un bañista, y coge ropa de abrigo que nos queamos to la noche. La Tere y tu mujé ya lo saben. Se lo dicho en la comía, en mientras recogíamos los platos.
En la cara de Antonio se dibujó una sonrisa gamberra, y aún así le dejó una nota a Marta por cortesía marital. Cogió sus chismes, que ya acostumbraba a tener siempre listos. El rifle, ocho balas y una manta, que hacía tiempo que se había agenciado en colores más discretos que la primera que usó para estos menesteres y al salir preguntó a calzones por una bolsa de plástico que llevaba en la mano, con la que además sostenía su escopeta abierta sobre el antebrazo.
-Calzones, si eso es la merienda, ¿no crees que te has pasado?. (sabiendo de sobra que no era la merienda).
-¡Que coño va sé la merienda!, esto es er regalito pa er manantiá de la jumbría. ¡La zamarra bien sudá!, allí no sa cerca ningún guarro en un “kilométro a la reonda”. ¡Vaya que nó!. Amonos que tenemos que dí a los dos jitios.
Como le pasa a toda la gente de campo, Calzones iba “ligero de equipaje”, parecía que no llevaba nada, pero luego a la hora de la verdad, nunca le faltaba nada que fuera importante. Empezaron a andar en dirección al manantial de la Umbría. El manantial de la Umbría estaba bastante alejado del pueblo, y en una zona de apretada vegetación, sin posibilidad de ponerse en un sitio que garantizara un aguardo con éxito. Los aires revocaban al caer el día con los cambios de temperaturas. A más dificultad el manantial estaba cubierto por densos zarzales, y el acceso se solo se podía realizar por un pasillo hecho por las reses en las mismas zarzas. La boca del pasillo estaba tapada por madroñas y enebros, y poca gente conocía la existencia de este punto de agua que nunca se secaba por lo fresco de la zona.
-Ají ar fondo está er manantío de la jumbria.
-¡No me jodas Calzones! ¿que ahí hay agua…?
-Y la mas fresca y rica de la sierra, pero hay ca rrastrarse pa llegá a ella.
-¡Pues nos arrastramos!
-No jace farta. Conque dejemos en la boca la zamarra, estamos listos.
Y tronchando monte llegó hasta la entrada del pasillo del zarzal, y sobre la parte alta de la boca colocó la pelliza, que nada mas sacarla de la bolsa de plástico despidió un tufillo a “sobaquina” que tiraba para atrás. La bolsa la colocó abierta en el suelo bajo la prenda, porque también olía.
-¡Arreando pal Arroyo Jondo!. Que aún tenemos un rato´andá. Vamos a tirá por una verea que cruza la jumbría y llegamos en un “Padrenuestro”.
Al maestro el “Padrenuestro” se le hizo un rosario completo con todas las letanías y las bienaventuranzas. Cruzaban la umbría por debajo de los arboles de todo tipo que tapizaban aquella zona donde nunca daba el sol. Madroñas enormes, como nunca había visto, robles centenarios, castaños bravíos,-antes cuando estaban cuidaos daban unas castañas guenismas, pero ya la castaña no vale un real, y ahora to estos castañares están abandonaos. (comentaba Calzones al pasar), zonas llenas de quejigos, enebros y todo apretado de trepadoras, jaras viejas, helechos, etc.
Cuando el maestro, que sudaba copiosamente pese a lo fresco de la zona, iba apreguntar como los niños en los viajes, “¿falta mucho?”, Calzones se volvió y le señaló una peña a unos trescientos metros por encima de ambos.
-Ar trasponé la peña aquella está el Arroyo Jondo, fardeamos unos metros y llegamo.
-¡Estupendo!. (Dijo el maestro aliviado).
El “llegamos” fue otra media horita mas de faldeo por una ladera, ya mas al sol, lo que terminó de acabar con el maestro.
A las siete de la tarde estaban sentados cada uno en una piedra, algo mas abajo del sitio de observación habitual. Mario sacó de la taleguilla que llevaba un par de pepinos que cortó con su navajilla, les echó un pelín de sal, un generoso pelín, y le ofreció uno a su amigo.
-¿Así a palo seco…?
-¡A palo jeco!Maestro… ¡Ya verás que bien asienta!... y aluego un traguito agua y nuevos, que habemos zudao un jartón.
-¡Y que lo digas Calzones! y tomó el pepino, que… le supo a gloria… si hubiese habido dos más se los habría comido con gusto. Después el traguito de agua que también supo a bendita.
- ¡Gueno pos ahora a esperar!
Continuará (en la proxima el desenlace)