Te propongo que me acompañes, aunque soy un recalcitrante cazador solitario contigo haré una excepción. Para que conozcas ambas caras de la moneda, por ti por mí y por la madre tierra creo que merece la pena que nos tomemos una mutua molestia.
Te invito a que derroches tus instintos en lugar de reprimirlos, a abrir tu corazón para que entren en el todas las emociones que te tengo preparadas y tu alma al intenso disfrute de la naturaleza en estado puro.
Puede ser peligroso pero nada que merezca realmente la pena está totalmente exento de peligro.
Déjate llevar, confía en mí y descubrirás la manera más intensa, auténtica y real que tiene el homo sapiens de amar la naturaleza y la vida.
Mis salidas cinegéticas poco tienen que ver con las que hayas podido visionar hasta ahora en una pantalla, en uno de esos programas o producciones que intentan reflejar la realidad de la caza en fincas bien cuidadas y abundantes en piezas.
Esa es una cara de la moneda pero yo suelo usar la del otro lado, me precio de practicar caza salvaje o primitiva si así lo prefieres. Salir de caza, para cazar, para vivirlo, a cualquier precio enfrentándote a tus limitaciones si las tienes y a los elementos. Cazo donde lo hicieron mis antepasados aunque por desgracia aquellas tierras cada vez se parecen menos a lo que en su día fueron. Conozco perfectamente el terreno y aunque haya poca caza disfruto con cada captura.
Integrarte en el campo como un ser vivo más que lo conoce, lo siente, lo ama y darle a la caza el valor añadido de cierto riesgo no exento de peligro porque voy siempre solo. Llegar más allá de tus facultades físicas, del esfuerzo, del sacrificio para competir contigo mismo y alcanzar esa perdiz que se ha subido a un cerro o aguantar seis o más horas en el aguardo, tienen su recompensa únicamente con volver a casa sano y salvo.
Cuando te haces con alguna presa que llevará aparejada la grandeza a la dificultad de su captura independiente de su tamaño, puedes darte por satisfecho. Como dijo en su día el Maestro Delibes y personalmente he podido comprobar.
Esto que parece a simple vista una cosa pueril o semifantástica te lleva a conocerte a ti mismo de una forma más intensa a respetar por encima de todo las leyes naturales.
A sentir como toda la fuerza que la tierra desprende anide en tu pecho, dejando al descubierto que tu primitivo ser, aflore se derrame y se muestre en toda su plenitud.
También te induce a explorar tus pensamientos dotándolos de cierto grado filosófico y espiritual, a ejercitar tu capacidad de crítica tan embotada por la moderna inutilidad.
Y como no a apreciar el verdadero valor de una cama donde descansar, un plato donde matar el hambre y un vaso de agua fresca con la que aplacar la sed.
Explorar un mundo nuevo para ti, que te aguardaba bajo la suela de tus botas cuando pasabas de largo por los senderos odiando y renegando de todo aquél que portaba un rifle o una escopeta.
Aprenderás que los animales reaccionan y se adaptan a la presión cinegética, lo difícil que resulta capturarlos y lo rápido que aprenden porque les va la vida en ello.
No sufren terror, ni psicosis ante el hombre, solamente se ponen a salvo o lo intentan y los que caigan bajo mis disparos sin duda son los peor dotados. A eso se le llama selección natural.
No dudo que disfrutes de tus paseos por el campo con tu perro, pero que alcances el mismo grado de compenetración que yo comparto con el mío lo veo harto difícil.
Vive y caza conmigo, para mí, para él. Se mueve muy rápido entre las matas y se asegura de que yo estoy detrás guardándole las espaldas, se para en seco y me mira cuando sabe dónde está la pieza “me habla” en un idioma que yo entiendo perfectamente.
Tenemos una relación entre cazadores del mismo clan, cada uno juega su papel, de distinta especie pero con el mismo instinto predador que trasciende sobradamente las invisibles barreras .
Bregar juntos por el monte nos ha unido de tal manera que casi puedo sentir el dolor de sus heridas y asegurar sin miedo alguno a equivocarme que la sangre que de ellas brota es tan noble, tan roja y caliente como la mía.
Un día tras las perdices o mejor aún tras lo que salga, puede ser inolvidable aunque cargues durante kilómetros con un par de liebres, te olvides de coger merienda o tengas que beber el agua de los charcos.
Estas son puras anécdotas que quedan en la memoria solo un rato, lo que jamás olvidas es la arrancada potente de la perdiz, el suave tacto de sus plumas y sus bonitos colores. El admirable mimetismo de la rabona encamada, aplastada sobre sus huesos o la agilidad de la enorme torcaz que parece tan torpe y que vuela tan alto como si quisiera llegar hasta el Sol.
Envuelto en la voragíne de la vida y la muerte, protagonista de tu propia historia te surgirán las inevitables dudas de si lo aprendido hasta entonces es cierto. Subido en la noria que gira por la historia de nuestros campos y que no puede detenerse jamás se despertarán en ti sentimientos tan intensos que quizás desconocieras y que te harán sentir más vivo, más libre que nunca.
Cuanto más difícil sea el lance mayor satisfacción te brinda, más emoción el cobrar la pieza, acariciarla y colgarla por el pico para que no se despeine es otra de las maneras que tengo de mostrarle respeto y admiración.
Después en casa la pelaré y guardaré alguna de sus preciosas plumas y la cocinaré a fuego lento, con la leña que cogí en el mismo monte en primavera.
Dos son las piezas que más aprecia el auténtico CAZADOR. La que te gana la partida, la que vence a tus poderosos instintos, la que en lugar de humillarte te engrandece y te obliga a mostrarle la calvorota y reverenciarla justamente quitándote el sombrero. La otra la que indultas por ser demasiado fácil de abatir y no ofrecer una oportunidad real de cazar, esa la dejas marchar con la esperanza de que aprenda a ponerse a salvo de los escopeteruchos, que por desgracia todavía pueblan nuestros campos.
Seres del todo indignos de llamarse CAZADORES cuando no tienen reparo en matar crías o dejarlas huérfanas. Que utilizan cualquier método por cruel que este sea para llenar el morral, la mayoría de las veces con la única intención de presumir delante de sus etílicos correligionarios.
Les odio tanto como tú.
Si lo prefieres en lugar de salir a la menor, si no quieres reventar tus pulmones y tus botas caminando hasta el fin del mundo tras la rojiza estela que dejan las alas de la perdiz, puedes venirte una noche de aguardo a los jabalíes.
La oscuridad y la profundidad de la noche pasaran a ser nuestras aliadas, cambiaremos de piel y de mundo por unas pocas horas. Las palabras Soledad y paciencia adquieren una nueva dimensión, no hay espacio para los nervios, ni las dudas.
Estás solo porque quieres estarlo, en tu puesto donde quieres estar, en el más puro y absoluto de los silencios, en la soberbia intimidad que el monte te ofrece sin más testigos que los millones de ojos de las rutilantes estrellas.
Si haces las cosas bien y respetas las reglas podrás llevarle a los tuyos una buena presa y una enorme cantidad de carne.
Y Sentir el atávico instinto de macho alfa de tu clan y ofrecerles a los tuyos el alimento conseguido de la tierra con tus manos e inteligencia. Ese será el mayor de los trofeos, mucho mejor que cualquier tablilla.
De esa manera podrás dejar de ser cordero para convertirte primero en raposo y en lobo después, acariciar la idea de ser primitivo por unas horas o quizá no dejar de serlo nunca. Comprobar cómo los animales reconocen en ti a su peor enemigo, te barruntan y temen de una manera distinta al resto de humanos que no han cazado jamás.
Quizá un día te descubras lanzando al aire un estruendoso berrido para pregonar al mundo entero que tu solo has sido capaz de abatir una enorme y magnífica presa como he tenido la suerte de hacer yo hoy mismo.
Al igual que hicieron tus antepasados clamarás en el monte a grandes voces para hacerte notar, para hacerte un sitio en el lugar donde siempre debiste estar, ese lugar que jamás debiste abandonar y al que siempre desearás volver.
Y esos antepasados si pudieran oírte se sentirían orgullosos de ti. Esos, los de verdad los que se estremecen cada vez que alguien intenta mancillar algo tan sagrado para ellos como es la caza.
Los tuyos, los míos los que vistiendo pieles y blandiendo lanzas aguardaron a los cochinos en la oscuridad, cortaron leña para hacer carbón o sacrificaron un cerdo un día de fiesta para llenar la barriga de su hambrienta progenie.
Los que salieron antes del alba y regresaron de noche medio rotos y se sentaron a contar historias al amor de la lumbre, guardando en la memoria multitud de historias maravillosas que pocos quieren escuchar hoy día.
Los que te han traído hasta aquí para que acaricies a través del papel fotográfico la suave piel del venado y sientas como yo siento ahora mismo una pizca de remordimiento y arroba y media de orgullo cazador y montuno.
Puedes estar seguro de que ya no serás el mismo, volverás más fuerte, más seguro, con ganas de comerte el mundo para empezar y con la certeza de que has vivido por vez primera.
Porque cuando la vives con intensidad, la naturaleza te premia te sonríe cada vez que la miras a la cara y te advierte del riesgo que corres si tienes los suficientes arrestos como para osar desafiarla. Te agradece que la sientas, te regala inolvidables amaneceres que el Sol le fecunda a la madrugada y que esta generosa los alumbra solamente para ti.
Todo y nada más que eso es la caza. Aunque parezca fácil requiere experiencia cierta sabiduría y desenvoltura. Quizá una vez me acompañes prefieras ver como cuelgo un par de perdices en lugar que un zorro engulla un bando entero.
Hay quién piensa que no tenemos derecho a seguir cazando, a ser diferentes. Pero hay algo que juega a nuestro favor. Algo demasiado grande como para poder detenerlo por la obstinación de unos cuantos o por decreto.
No podrán acallar nuestra voz, por mucho empeño que pongan en ello, por muchas trabas que nos pongan NUNCA DEJAREMOS DE CAZAR.
Aunque consiguieran desarmarnos construiríamos arcos, flechas, azagayas, lanzas, armas y útiles primitivos con los que seguir nuestro camino a través de nuestro instinto. Instinto atávico y primitivo, un latido que nos estremece las entrañas al escuchar la carrera de una res y un pulso que nos apremia a perseguirla y capturarla para conquistar con ella nuestra libertad.
Jamás podrán acallar el aullido del lobo que llevamos dentro que sueña esperanzado poder descansar junto a la tierra en la que hemos cazado vivido, sangrado, sudado y caminado entre Luna y Sol.
Ni detener el latido que cada jornada nos impulsa a levantarnos y avanzar hacía el monte porque nos aguarda deseoso para que ocupemos nuestro espacio en él.
Por ello he decido llamar tu atención con la intención de acercar posturas y trabajar por el bien común de una forma coherente y racional. Compartimos la maravillosa palabra CONSERVACIONISTA cargada de enjundia y buenas intenciones, el problema es que únicamente con la intención no basta.
Porqué son muchas más las razones que nos unen que las que nos separan. Si te decides no dejes de avisarme estoy seguro de que aprenderemos mucho caminado juntos por los montes y sería una lástima dejar pasar una oportunidad tan buena como esta.
Mientras lo piensas yo iré haciendo una gran lumbre que termine engendrando las chispeantes brasas con que poder asar el solomillo del venado. Voy a dedicar la mañana a aviarlo porque no puedo permitirme el lujo de estropear ni un gramo de su aromática y nutritiva carne.
LOBACO
Cazador primitivo, Atávico y Auténtico.