Despues de unas vacaciones y una larga temporada sin entrar en el foro, estoy con mas ganas de participar, por lo que me animo a poneros un relato que tenía por ahí guardado y que tiene que ver con el relato que nos ha contado nuestro compañero PATILLAS, referente a la esperiencia con su hijo.
Monteria con mi hija
Mi amigo Gabriel Vico, compañero de profesión, debido a la amistad fraguada entre ambos en los años en los que trabajamos juntos en el Hospital de Manzanares, tuvo la atención a pesar de que habían pasado muchos años, de hacerme una invitación por medio de nuestro amigo común Tomás Fernández de Sevilla (Otorrino en el Hospital de Albacete), para asistir a la montería que organizaba en su finca situada en la población de Villanueva de la Fuente, la cual por cierto tengo que comentar, está colindando con la finca de Samuel Flores, esta llamada el Palomar. Nos reunimos todos el día señalado acompañados con nuestras respectivas familias, dando a la montería verdaderamente un ambiente agradable y entrañable. La montería por el contrario no transcurrió como hubiéramos deseado, ya que el día fue de auténtico “día de perros”, el aire, el frío y la lluvia estropearon lo que previamente habíamos augurado como un buen día.
Empezó la suelta de perros con el agua como protagonista, la mancha era preciosa por cierto, con un monte repleto de jaras altas y mucha vegetación; el aire venía malo para la mayoría de los puestos, aireábamos la mancha que se monteaba, tan sólo quedaba un pico de monte donde no venteábamos con el aire. Transcurría la sufrida montería y lo que era peor mi hija Violeta me acompañaba aunque con verdadera pasión, pues tengo que reconocer que siempre me ha acompañado a todos sitios. Ella tenía por aquel entonces unos ocho añitos, pero como fuerte que es y cargada de mucha vitalidad y haciendo gala siempre de mucho carácter, me acompañó. Mi esposa junto a Virginia, mi hija más pequeña se quedaron en la casa de la finca con el resto de familias.
Antes de proseguir con la montería os diré que mi hija solía siempre acompañarme a cualquier sitio donde surgía la ocasión, o se venía a la sierra a sacar a los jabalís que criábamos en casa, para hacerles pastar la bellota caída de las encinas de Farrache, o a sus cinco años me acompañaba a todas las fiestas que se celebraban cerca de casa, montada en su caballo. Que temperamento ha tenido y que valiente es!!!. Os sigo contando después de este inciso, los amigos monteros, viendo como estaba el día de sucio y sabiendo incluso que el aire no era favorable, fueron abandonando los puestos uno tras otro, alguno se quedó en el puesto, matando incluso algún aislado jabalí, pero al final tan sólo quedamos en el puesto otro amigo, el cual tuvo que subirse a una encina para ver y dominar la mancha, y Violeta y yo, por debajo de su situación estando un poco más distanciados. Los dos dominábamos el pico de monte que quedaba entre comillas sin airear, esperamos que pasaran los perros y no tardó mucho el guarro en hacerse notar, apareció en frenética carrera perseguido por la rehala de perros, bajando monte y dirigiéndose a mi posición. Posición que yo minutos antes había mejorado, viendo la mala visibilidad de la que disponía; pues tuve que hacer una peana con piedras grandes para subirme en ellas y dominar por encima de las gigantes jaras la situación; mi hija apartada unos metros y apoyada en el árbol más cercano esperaba el desenlace petrificada y que con su cara desencajada exclamaba débilmente, un…Papá!! Papá!! casi imperceptible apenas para mí; tranquila hija, tranquila, que estoy aquí!!! Quise consolarla. El guarro seguía avanzando en su carrera seguido de la ruidosa ladra de los perros, el momento se hacía eterno y al mismo tiempo irresistible, la descarga de adrenalina en ambos era enorme, para mí atractiva, para mi hija insufrible; yo con la visibilidad obtenida, veía como las jaras se iban abriendo a su carrera, como si un fantasma surcara entre ellas a gran velocidad, el momento era impresionante…Por fin las últimas jaras se abrieron ante mí, apareciendo en décimas de segundos el alocado jabalí….y a continuación de forma súbita, mi disparo, realizado con mi viejo Santabarbara, del ejercito español, fabricado en los años sesenta y utilizado por el ejercito Argentino para la guerra de las Malvinas,…..este hizo su estallido….. Provocando con el eco de su sonido, la muerte tardía de aquel animal. Fue a caer a escasos metros de donde estaba mi hija Violeta, y no inerte como yo hubiera deseado, pues tuve que saltar como un resorte con cuchillo en mano para darle su muerte final.
Han pasado muchos años, mi hija tiene en la actualidad treinta y un años y fué su primera esperiencia, la cual tiene gravada en su memoria. Después han venido muchas y de todos los colores.