Ladrillo vaaa!!!
Recechando frente al Mediterráneo. Apenas pasan unos minutos de las cuatro y media de la madrugada cuando suena el despertador. Es el último día de esperas a los jabalíes en nuestra comunidad, pero hoy nuestros gorrinos pueden estar tranquilos
-siempre lo están, hoy más aún-. Nuestro objetivo para despedir la temporada se encuentra más al sur, en tierras almerienses, donde mi compañero Santi y yo intentaremos recechar hembras de cabra montes utilizando el arco como arma. Es una especie totalmente desconocida para nosotros cinegeticamente hablando, pero a la que yo le tengo un gran admiración. La imagen del imponente macho montes subido en lo alto de los riscos me acompaña desde la infancia, y aunque nunca he tenido ocasión de intentar su caza, es algo que siempre ha estado presente en mí.
Pertrechamos los bártulos en el coche, y nos encaminamos a nuestro destino, del que nos separan algo más de dos horas de distancia. El tiempo pasa tan rápido como los kilómetros que vamos recorriendo. La incertidumbre sobre el desarrollo de la jornada ocupa la mayor parte de nuestra conversación: la orografia del terreno, la densidad de animales, el juego que puedan darnos... y como no, el tiempo, que de momento se muestra lluvioso y desapacible.
Amanece en Almería capital, al mismo tiempo que cesa la lluvia. Allí Jose y Manolo, dueños de la finca, nos esperan para, tras las presentaciones y un rápido café, encaminarnos al cazadero. Según nos han contado la finca tiene bastantes animales y es ideal para el rececho, al menos para el rifle que es como cazan ellos. El coto está Situado al sur del Desierto de Tabernas, compuesto por dos mil hectáreas de terreno conformado por pequeñas lomas, separadas unas de otras por hondos y desnivelados regueros, infinidad de pequeños barranquetes que se entrecruzan, y un enorme barranco de más de cien metros de profundidad que parte a la finca en dos. Un terreno árido y pedregoso, sin árbol alguno donde buscar una sombra. Escobillas, tomillo y esparto tejen un manto arbustivo que apenas levanta unos palmos del suelo. Sin duda visibilidad tiene, pero demasiada para nuestros gustos y pretensiones.
Antes de llegar a la parte más alta de la finca paramos en la orilla del camino para cambiarnos la ropa y calzado. Uno de los anfitriones se asoma al borde de uno de los muchos barranquetes y nos hace un gesto para que nos acerquemos a él. A menos de cuarenta metros una cabra nos mira fijamente. Apuramos la muda mientras vemos como se alejan los primeros animales de la mañana. Esto nos anima bastante.
En estos iniciales compases de la jornada el viento del norte sopla frio y con fuerza, y aunque ya no llueve, el cielo sigue nublado. Antes de empezar a cazar comento con mi compañero las ventajas e inconvenientes meteorológicos. El vendaval nos ayudará a disimular nuestros torpes pasos por un terreno con tanta piedra suelta y tanto arbusto seco, pero por otro lado delimitará mucho nuestra distancia de tiro por las variaciones que pueda ejercer sobre nuestras flechas. Son muchos los factores a tener en cuenta antes de comenzar a cazar, y repasarlos no está demás.
Seguimos camino arriba en el coche de los propietarios, y vemos un rebaño pastando tranquilo a poca distancia de la pista. Al pasar el vehículo nos radiografían con la mirada, y oliéndose que la cosa va con ellas, empiezan a alejarse del mismo poco a poco. Unos cientos de metros más adelante paramos, y Santi y yo nos marcamos una estrategia para bordearlas e intentar uno entrarles y el otro cortarlas. Pero hace pocas semanas que han estado tirando a los machos que se vienen a cortejarlas en época de celo, y están muy recelosas. Sin apenas ocasión más que de verlas trasponer en la lejanía, desaparecen.
Ya en el punto elegido para comenzar la caza en sí, de nuevo nos separamos para acercarnos al borde del gran barranco que parte la finca. Los desniveles son muy pronunciados, y en las asomadas tras las peñas no divisamos ningún animal cercano. A varios cientos de metros dos cabras se alejan de nosotros a la carrera, cosa que nos extraña porque con las máscaras, guantes y resto de camuflaje, somos incapaces de vernos el uno al otro si no estamos dando viso o moviéndonos. Nuestros anfitriones nunca han visto cazar con arco y con bastante curiosidad pretenden presenciar los posibles lances, y aunque no nos acompañan de cerca, sus siluetas unicolores alertan a los animales que enseguida ponen tierra de por medio una vez los divisan. Ellos mismos se dan cuenta de que su presencia no nos hace ningún bien, y nos proponen esperarnos varios kilómetros más arriba en un enclave concreto de la finca. Santi y yo también decidimos separarnos para no entorpecernos el uno al otro. Cazar en pareja puede tener sus ventajas, pero también sus inconvenientes.
Ya en solitario, avanzo junto al gran cañón varios cientos de metros, una nueva asomada tras los riscos y ningún objetivo a la vista. Me siento tranquilo a otear el horizonte. Frente a mí, al otro lado del barranco, distingo varios grupos de animales con los prismáticos. Un rebaño de siete, otro de cuatro, otro de dos. Todas entre cuatrocientos y quinientos metros de distancia. Imposible acceder a ellas por las escarpadas y verticales paredes, así que, tras un buen rato estudiándolas prosigo mi ruta.
Los regueros se suceden, y las bajadas y subidas son continuas. Caminando por las partes mas llanas es imposible sorprender a ningún animal, así que toca tirar de piernas y esperar que en una de esas asomadas encontremos lo que buscamos. La mañana sigue avanzando y el mal tiempo arrecia un poco. Dedico unos segundos a mi entorno, y desde el punto en el que me encuentro las vistas son preciosas a la vez que impropias del lugar. En la lejanía la parte más elevada del Cabo de Gata viste un manto blanco por la nieve caída, a sus pies, el Mediterráneo se ve reflejado por el sol que empieza a asomar entre los nubarrones. Un regalo para mi retina que difícilmente volveré a contemplar, pues la nieve por estas latitudes es más que infrecuente.
Sobre las once de la mañana llego al punto de reunión con Jose y Manolo. Santi tarda poco en aparecer. A estas alturas del día tanto nuestros anfitriones como nosotros somos conscientes de lo complicado que va a ser poner un animal a tiro. Ellos empiezan a entender que la caza con arco es algo bien distinto a lo que se figuraban, y nosotros, que el primer avistamiento de la mañana no fue más que fruto del azar.
Hacemos un pequeño balance de lo visto hasta el momento, una pieza de fruta al cuerpo, y tres minutos para relajar las piernas y de nuevo al ataque.
El plan para el segundo acto consiste en cazar el lado opuesto del barranco, donde más animales vimos a primera hora. De nuevo comenzaremos el rececho en pareja. Delante nuestra hay una sucesión de lomas separadas por regueros que desembocan en el gran cañón. Santi irá bordeando el mismo y haciendo las asomadas a sus paredes, y yo unos setenta u ochenta metros más arriba, un poco más adelantado, por si algún animal se mueve en dirección contraria intentar cortarlo. Unos minutos más tarde diviso dos hembras. Aviso a mi compañero, pero enseguida se aperciben de nuestra presencia y lentamente empiezan a caminar. Me agacho y espero a que traspongan, una vez dejo de verlas acelero la caminata para bajar al reguero y volver a subir a la próxima loma. No tardo mucho, me asomo cuidadosamente y veo las cabras tranquilas. El telémetro me marca noventa metros, y de nuevo las cabras que empiezan a subir despacio alejándose. Repito la acción, y cruzo otro nuevo reguero a paso ligero. Otra asomada están más cerca, esta vez son setenta los metros entre ellas y yo. Siguen estando fuera de mi rango de tiro, y con paso tranquilo, comienzan a distanciarse monte arriba una vez más. Cruzo un tercer reguero aún más rápido, pero las prisas aquí se traducen en más ruido. Cuando vuelvo a asomarme ya no las veo. El sonido de mi carrera tras ellas ha debido asustarlas definitivamente y se las ha tragado la tierra. Otra oportunidad perdida, y los calambres por el esfuerzo físico se evidencian en mis piernas.
Camino hacia la parte alta de las ondulaciones buscando un lugar desde donde poder ver a Santi, que se ha quedado un poco atrás. Lo veo agachado, por lo que intuyo que está vigilando a algún animal. Decido dejarlo hacer, y escudriño los alrededores con los prismáticos. De nuevo contemplo una bonita imagen. En el horizonte la silueta de una cabra se recorta sobre el Mar Mediterráneo. El animal está dando viso y el oscuro fondo de su cuerpo al trasluz la delata. Lentamente me encamino hacia su posición dando un amplio rodeo por una zona más deprimida. Conforme me voy acercando al lugar donde creí verla voy acortando mis pasos y procurando ser más sigiloso. Las referencias tomadas se pierden una vez te desplazas pues todo el paisaje es igual. De memoria intento averiguar donde estaba la cabra minutos atrás. Voy avanzando lentamente y parando cada pocos metros. He tardado bastante en llegar y es posible que se haya marchado o que yo esté confundido con el lugar. Avanzo cuesta arriba y a treinta metros antes de trasponer distingo unos pequeños cuernos moviéndose tras unas esparteras. La tengo delante.
Me agacho y mi corazón se acelera. Busco referencias para medir la distancia pero es inútil. La cabra está justo al comenzar la vertiente opuesta de la suave loma en la que me encuentro, y no hay donde apuntar con el telémetro. Muy despacio me incorporo y vuelvo a ver un par de cuernas que aparecen y desaparecen por encima de los arbustos, hay más de un ejemplar. El aire sigue soplando fuerte y en buena dirección, así que doy un par de diligentes zancadas más hasta que una cabra gira su cabeza hacia mi posición. Ha debido oirme, así que de nuevo me echo cuerpo a tierra. Sé que de un momento a otro van a emprender la marcha, y seguro estoy de que no va a ser hacia mi. Cuanto más me aproximo a ellas el desnivel es menor tanto por mi lado como por el suyo, y puedo ver una pequeña porción más de sus cuerpos, pero también ellas del mío. No queda otra que jugársela. Dos pasitos más y me incorporo al tiempo que abro el arco. Apunto pero lo único que puedo ver son los bultos moviéndose lateralmente hacia arriba tapados por la vegetación. Por un segundo dudo si tirar, pero entiendo que es inútil. Así que destenso el arco y giro cambiando mi rumbo. Encorvado camino cauteloso paralelo a ellas, intentando cortar su parsimoniosa huida sin ser descubierto del todo. Unos metros más adelante, con mis rodillas sobre el suelo empiezo a ver sus cabezas pasar en el pequeño claro que hay entre dos esparteras. Abro de nuevo el arco y me incorporo, siguen estando muy tapadas para tirar desde aquí, veo como se escurre una, otra, otra... avanzo con el arco abierto buscando una posición más idónea; encaro el clarete por donde cruza el desfile, es muy estrecho y apenas veo en él parte del cuerpo de los animales. Pasa otra más, pero no sé que pin meter... si treinta o cuarenta metros... entra otra en el escaso limpio sin detenerse y con el pin de cuarenta metros fijado en la piel marrón, toco el disparador y vuela la flecha. El sonido es inconfundible, la he alcanzado, y aunque he apuntado a sus cuartos delanteros, no sé donde ha impactado la flecha.
Con el sonido del lance el rebaño se asusta, y de una pequeña carrera se plantan delante de mí sin obstáculos de por medio. No puedo contar las que van, pero seguro que más de diez o doce. Permanezco inmóvil lo más pegado al suelo que puedo. Ahora es cuando están realmente para quedarme sin flechas, pero la suerte ya está echada. Siguen apareciendo cabras, y entre ellas distingo a la mía claramente. La sangre brota de la herida que tiene en la parte alta de un jamón, y le cubre la pata entera. Camina débilmente, así que sigo sin moverme. El grupo se aleja con sosiego en fila una tras otra, pero la cabra herida se va quedando atrás y a los pocos metros se tumba. Dejo pasar unos minutos hasta que el rebaño se pierde tras otra depresión del terreno. Desde mi posición solo veo la cabeza erguida del animal tumbado. Despacio doy una pequeña rodea y cuando el telémetro me indica que estoy a veinte metros suyos, de mi arco sale una segunda flecha que alcanza su tórax. La cabra se levanta y corre malherida hasta perderse en el inicio de un pequeño reguero a escasa distancia. Me acerco donde estaba tumbada inicialmente y recojo la primera flecha que se le ha desprendido al levantarse. El tubo está empapado de sangre y restos estomacales desde la punta hasta las plumas, el rastro de sangre en el suelo es escandaloso y fácil de seguir. Unos pasos más adelante la encuentro de nuevo tumbada, pero ya no me acerco a ella. Sé que no podrá levantarse más.
Doy media vuelta y me alejo. Me tomo unos minutos para recobrar el aliento y asimilar lo sucedido. Aprieto el puño y los dientes con rabia.... lo he conseguido!!! Dejo la flecha clavada en una espartera como referencia en la primera sangre y me vuelvo en busca de mi compañero. Desde lejos veo venir a Jose. Estaban en un alto y tanto él como Manolo han podido presenciar el lance con los prismáticos. Para cuando llega donde me encuentro ya ha pasado un buen rato desde que dejé al animal tranquilo, pero al acercarnos veo que aún tiene vida y con una tercera flecha de frente en su pecho acabo con su agonía instantáneamente. Me resulta increible lo duras que son. La primera flecha entró por el jamón y la pasó de atrás hacia delante traspasando su cuerpo. La herida de salida se parece más a la de una bala expansiva de rifle que a la de una cuchilla de dos filos. Hubiese bastado con esa primera flecha para acabar con su vida, pero era imposible de saber, así que mejor asegurarse y evitar sufrimientos innecesarios.
Comentamos el lance, me dice que él ha contado diecisiete cabras en el numeroso rebaño, y nos vamos en busca de Manolo que continúa en una cima siguiendo los pasos de Santi con los prismáticos. Tardamos un buen rato en llegar y cuando nos estamos acercando vemos que Manolo se mueve, signo inequívoco de que Santi ha tirado también. Bajo un último barranco hasta llegar a mi compañero y su cara lo delata, él también acaba de abatir su cabra. Ha hecho un acercamiento trepidante arrastrándose por el suelo, y colocándole un certero tiro a cincuenta metros de distancia. Nos abrazamos y nos felicitamos. Los dos tenemos nuestra cabra.
Ya pasan las dos del mediodía, y nos toca despedirnos. Jose y Manolo han disfrutado descubriendo la caza con arco y contemplando algo nuevo para ellos. Y nosotros hemos vivido una cacería dura y exigente, tras un animal admirable, que no lo puso nada fácil, pero al que finalmente le ganamos la partida en su propio terreno. Inolvidables sensaciones las que nos regaló este mágico día de caza con arco frente al Mar Mediterráneo.
Fin
Saludos y buena caza.