Bien tras una larga reflexión sobre los acontecimientos y pruebas que a mi entender dan fe de lo que expongo, aquí os dejo las conclusiones.
EL OLOR CARÁCTERISTICO EN UN PREDADOR HUMANO.
¿Puede un humano cazador oler de diferente manera que otro que no practique la caza?¿Podría darse el caso de desarrollar marcadores odoríferos ante un cambio de actitud?
Como animales que afortunadamente somos conservamos nuestros ancestrales sentidos aunque sin duda medio atrofiados por culpa de una vida excesivamente regalada . Una vida moderna y excesivamente cómoda donde todo se conduce y se rige por la ley del mínimo esfuerzo. Usamos maquinas para desplazarnos por las calles y para subir hasta nuestras hacinadas casas, incluso para hacer deporte se han inventado maquinas que nos hacen la vida más llevadera a cambio de entorpecer y acomodar nuestros sentidos. Tendemos por ello cada día a ser más torpes con nuestras manos, más cortos de vista, nuestros oídos soportan ruidos desagradables y agresivos que los atrofian, emponzoñamos el olfato con olores artificiales de dudosa procedencia y nuestro gusto tiende a acostumbrarse a los mismos sabores negándose en la mayoría de las ocasiones a disfrutar sensaciones nuevas. A esto quizá alguien pueda llamarle evolución, yo en mi torpe ignorancia prefiero simplemente afirmar que es el principio del fin del animal humano.
Mal futuro nos espera si somos tan torpes para necesitar gafas con diez años, entontecer nuestro cerebro con videoconsolas en lugar de respirar el aire de la calle, aislarnos en nuestro mundo en lugar de interactuar con nuestros congéneres y negarnos a comer otra cosa más que porquería de comida basura y precocinada. Esperemos me equivoque. Ojalá.
Claro que aquella persona que en lugar de adormecer sus sentidos e instintos los potencia y los disfruta, los mantiene alerta y los emplea con la mayor normalidad muy por encima de lo que suele ser común hoy día los desarrolla en lugar de aletargarlos a fuerza de darles uso. El cuerpo humano se adapta para sobrevivir, para hacer frente a todos esos nuevos y cada vez más rápidos cambios que le imponemos como regalo de falso bienestar. Esto sino me equivoco estará científicamente demostrado, a menos esfuerzo el humano adapta su cuerpo y su mente para sobrevivir a los cambios. Cuanto menos necesitamos de nuestro cerebro más se acomoda y cuantas más ayudas usemos en nuestra vida diaria menos lo ejercitaremos.
¿Pero somos conscientes de que este proceso pudiera ocurrir a la inversa?¿Podría el ser humano que se niega a tal evolución y potencia sus sentidos en sentido contrario desarrollar en su cuerpo características distintas a quienes no lo hacen?¿Sufriría su cuerpo cambios que quizá en otro tiempo fueron normales?
Como cazadores que fuimos y que a día de hoy ya no precisamos ser para conseguir nuestro diario sustento tenemos una serie de características distintas y opuestas a la de nuestras naturales presas. Al igual que los herbívoros desarrollaron los ojos a los lados para tener mejor visión periférica, los carnívoros cazadores evolucionaron su concepción frontal para acecharlos mejor. Son mecanismos de ataque y defensa que las circunstancias propiciaron y la naturaleza dotó a sus hijos con el fin de mantener cierto equilibrio. Uno de esos mecanismos es el olor. El olor es diferente entre cazadores y presas con distinto fin de guiarlos a unos hasta ellas y de alertar a las otras sobre la presencia de una posible amenaza. Entre unas y otras especies también es diferente incluso entre individuos, pero claramente diferenciado entre los animales que pertenecen a distintos nichos zoológicos.
Los cambios evolutivos de la sociedad humana se suceden a velocidad de vértigo y los animales que habitan relativamente cerca de núcleos urbanos se acompasan o desaparecen. Por este mismo principio hemos podido comprobar cómo temen a las personas pero no a los coches, se acostumbran a visitar las huertas, los vertederos y las zonas de recreo para conseguir comida fácil e incluso algunos interactúan directamente con el hombre cerca de sus propias viviendas.Pero la habilidad que a mi entender más rápido han ido desarrollando el instinto de conservación. Los animales han sabido evolucionar con la capacidad mortífera de las armas y a las distintas evoluciones en las estrategias que el hombre utiliza para darles caza. También han sabido adaptarse a los cambios en los ecosistemas manejados y gestionados por el hombre con mejor o peor acierto. Con estas razones y mi propia experiencia vital he llegado a pensar que un ser humano cazador puede desarrollar algún instinto o característica diferenciadoras en un periodo relativamente corto.
Voy a exponer mi particular caso, que es el único que conozco aunque sospecho en realidad no serlo. Intuyo que habrá más gente que haya reparado en ello y otros que siguen dándole vueltas a la idea. Hace más de veinte años que cambié el Ecologilismo radical, torpe, ignorante e intransigente por el amor a la naturaleza, por vivirla en primera persona y sentirme protagonista en lugar de actor allí donde lo hicieron mis antepasados.
Comencé acompañando a dos cazadores más veteranos. Durante un par de años hasta que comprendí que si quería desenvolverme con libertad y aprender con mis propios principios y convicciones debía hacerlo solo. Alejarme de prácticas nefastas poco éticas y rancias creencias en torno a la caza y su verdadera esencia. Fueron largos y duros años de fallos más que aciertos y de compartir las escasas o nulas piezas con una perra a la que quería mucho más de lo que se suele querer a un perro pero mucho menos de lo que un perro merece. Poco a poco fui puliendo técnicas, destreza con las armas y sobre todo a sentirme y a moverme como un depredador más. La caza se convirtió para mí y a día de hoy lo sigue siendo en una forma de vida, la tengo siempre presente en mi vida diaria, convivo con mis dos perros a los que a menudo entreno y cuando no la practico leo o escribo sobre ella. Es algo mucho más profundo que una simple afición incluso más que una pasión es una lente a través de la ver la vida y obrar en consecuencia. Por desgracia a día de hoy por culpa de esta maldita crisis más que practicarla la añoro.
Mi forma de cazar es primitiva y poco recomendable, dura en la mayoría de las ocasiones, siempre solo con calor o frío extremo, con lluvia viento o escarcha. No hay nada que me haga desistir de mi empeño en salir al monte a no ser un día de fortuna donde las presas tienen las defensas mermadas y será demasiado fácil y poco ético enfrentarse a ellas. No es nada extraño que cuando los demás socios del coto vuelven al pueblo salga yo entonces en busca de la oportunidad que ellos desconocen y que yo descubrí en mis años de aprendizaje, a ellos no les vale la pena pasar calor para abatir un par de palomas, yo en cambio lo necesito y conozco las querencias que ellos no han querido encontrar. Buscar la dificultad, él llegar hasta lo más alto, algún que otro riesgo que también emociona, tanto que una vez estuvo a punto de costarme la vida con la ayuda de una hipotermia. Alcanzar mis propias metas y competir contra mí mismo porque es contra el único con quien quiero competir. No dejar nunca nada a medias, disfrutar del momento a toda costa, y no terminar la cacería con el cobro de la pieza eso es solo una parte. Tras mostrar el debido respeto hacia la vida truncada queda la preparación de las piezas o las canales y el grato y ancestral reencuentro con la rústica cocina de humo y leña. También fabrico mis propios utensilios auxiliares para la caza o modifico los comerciales adaptándolos a mis necesidades.
De los animales he aprendido casi todo, en mis largas horas de observación y estudio de la naturaleza he aprendido a interpretar sus conductas y a entenderlos. Soy aficionado al adiestramiento autodidacta y en general a todo lo que tenga que ver con nuestros fieles compañeros. Al cazar y aprender solo he utilizado instinto más que método para desenvolverme tener relativo éxito, solamente en los libros y en los documentales aprendí algo de teoría la practica corrió por mi cuenta con todos los aciertos y los fallos que siempre fueron mayoría.
Mi especial debilidad por los perros creo que ha tenido algo que ver en todo lo aprendido, por sucio y asqueroso que sea el chucho que encuentre en mi camino siempre tengo una palabra o una caricia para él y aunque en mi coto los hay asilvestrados jamás he sido capaz de acabar con ninguno. He aprendido a mirar a través de sus ojos que aún siendo animales mucho más primarios son casi tan transparentes como los de los Homo sapiens. Con los míos tengo una relación especial, los entiendo perfectamente y ellos me entienden a mí. He desarrollado mis sentidos hasta los límites que me imponen mis facultades físicas, y aunque no llevo ningún entrenamiento específico si salgo al campo todos los fines de semana y paseo con mis perros a diario. Mi olfato es algo más que regular y mí oído algo más agudo que la mayoría de la gente que me rodea. El trabajo que desempeño es bastante físico y duro pero puedo permitirme el lujo de variar mis posturas y así dejar descansar mis músculos, tendones y articulaciones, a fuerza de lesiones he terminado por aprender. Por lo que puedo decir que me mantengo en una forma física aceptable.
Aunque comencé practicando la caza menor, he terminado por dar más protagonismo a la caza mayor concretamente al aguardo al jabalí. Ha sido una evolución en toda regla tras dominar las técnicas para cazar pequeñas presas y aprovechando la coyuntura de su relativa escasez ha llegado la hora de expandir horizontes y así darles un poco de tregua. Para quién no lo conozca la modalidad básicamente consiste en aprender las costumbres y querencias de los suidos para esperarlos después cuando acudan a ellas. Fijarlos en tu puesto con cebos o acecharlos en las bañas o en las siembras donde se alimentan y causan estragos. Al principio parecía fácil pero largos años de fracasos me llevaron a pensar que aunque ponía todo mi empeño en desarrollar mis aptitudes para sorprender a unos animales mucho más grandes e inteligentes que los que solía cazar, lo que fallaba era en realidad mi actitud. Me costaba mucho desconectar de la gran ciudad en pocas horas, de asimilar la grandeza de hallarme en lo que yo considero mi espacio vital, tarde o temprano cometía errores que me delataban y daban al traste con mis cazatas. Cuando aprendí a escuchar los latidos de mi corazón en la profundidad de la noche entendí que ya sabía pasar desapercibido a partir de entonces comencé a observar a los animales sin ser visto. Comprendí entonces que había conseguido avanzar otro peldaño y poco tardé en cobrar mi primer cochino. Fue un cambio de actitud trabajado y celebrado.
La actitud de un predador humano, un animal que se oculta en la espesura y no se delata, no hace ruido, apenas respira si es necesario. Desarrolla un sexto sentido para entender las conductas de sus potenciales presas. Un humano que vive en una ciudad y que se traslada esporádicamente al monte. Un humano que tras vestirse con sus raídas ropas de campo y coger su arma se mira al espejo y se siente en su auténtica piel y admite que de las dos facetas que tiene su vida esta es la que no está dispuesto renunciar.
A día de hoy, sin ser un experto en la materia más bien un principiante soy un aguardista empedernido que nunca deja de aprender. Tengo algunos amigos de los que aprendo pero sigo fiel a mis principios salvo en ciertas ocasiones que me acompaña mi hijo sigo cazando solo. Soy consciente de ese cambio de actitud y de que mi éxito pasaba por él. Lo que no sospechaba era que ese cambio psicológico iba a traer consecuencias físicas tales como desarrollar un olor característico, un acre olor que me descubre ante los animales como un peligroso predador. He visto y comprobado una clara actitud de rechazo y temor de los animales que me rodean, incluso de algunos que anteriormente conocía.
Aunque no recuerdo bien si fue la primera vez que reparé en ello, una tarde en las afueras de mi pueblo una serpiente me atacaba solamente a mí mientras mostraba indiferencia hacía otras personas. Me alejaba y me acercaba por todos lados al igual que los demás pero aquél animal no dejaba de retraerse y atacarme solamente a mí como si fuera el único que la importunara. Aunque me chocó no le di más importancia. Otro día en casa de un amigo que tenía varios jabalíes en corrales el más viejo de todos comenzó a resoplarme y a retirarse en cuanto bajé del coche. Aquello ya me escamó así que dejé al animal tranquilo y el siguiente día que volví comprobé la misma reacción, pero una esa vez comprobé que lo hacía justo cuando el aire le llevó mi olor hasta su jeta. Con varios ejemplares más lo probé y el resultado fue similar.
Pero lo que termino de convencerme es el miedo que me tienen los perros, cosa que antes no ocurría. Incluso perros que conocía desde hacía tiempo han cambiado su forma de relacionarse conmigo. Según sea el caso actúan de diferente forma y creo que varía en función de lo molesto que les resulta mi olor que cambia según el día y la situación. Los machos dominantes me evitan y si me acerco a ellos se retiran regruñendo o me plantan cara desafiándome pero sin atreverse a atacarme, otros se retiran regruñendo con la cola gacha en inequívoca señal de sumisión. Los pequeños directamente huyen en la mayoría de los casos aunque algunos me permiten acariciarlos con bastantes cautelas. Conozco el prodigioso olfato de los canes y también que su memoria olfativa está muy por encima de su memoria visual y que esta condiciona su forma de actuar. Hace pocos días mientras andaba con mis perros por la calle un perro que paseaba suelto con su amo se nos vino encima con la intención de morder a mi perdiguero. Me interpuse levantando el pie y lo mordió con más miedo que saña, lo soltó y se retiro con solo gritarle a pesar de estar tan crecido que casi muerde a su dueño
Mucho me costó dilucidar porque ese cambio de actitud hacía mi que siempre he amado a los perros y demostrado cariño hacía ellos, hasta que tras largos meses de reflexión, de darle vueltas al asunto y de comprobar varias veces el asunto llegué a la conclusión que no podía ser otra cosa que el olor. Que ese olor provenía de mi cambio de actitud, que no ocurre siempre pero que cuando ocurre es claramente identificable el motivo. Como el de cualquier humano o animal pero este diferente, transformado o quizá retornado de un pasado más atávico que he conseguido despertar con mi actitud cazadora rústica y primitiva. Soy consciente que sin pruebas científicas esto no dejarán de ser meras conjeturas, pero a base de estudiarlo y forzarlo conozco mi cuerpo y se interpretar suficientemente las reacciones de los animales, sus causas y sus efectos.
A partir de aquí el creerlo o no ya es cosa de cada cual. Tal vez algunos de esos que bebéis los vientos por la caza, que perdonáis comida y almuerzo, de los que anochecéis donde amanecisteis hayáis notado algún cambio a vuestro alrededor y os parezca inexplicable que los animales que antes os querían ahora os teman. Si es así podéis comenzar a barajar la posibilidad de estar desarrollando un acre olor característico del homo Sapiens depredador.