Llevaba tiempo detrás de ese cochino. Era listo como el hambre y no quería la luz de la luna ni con hembras en celo. Lo imaginaba gruñón recalcitrante, solitario y huidizo como podenco viejo de recova. Debía tener malas pulgas pues más de una noche lo escuchaba gruñendo y arruando dentro del monte. Era curioso el asunto. Escucharle abroncar a los cuatro vientos cuando de careo andaba, como el chulo del ''colmao''. Otras veces no, otras veces hacía menos ruido que un gato cazando, sobre todo cuando exponía el pellejo a claros ralos de monte. Era un reto gordo, de los muy gordos. En la charca del zarzal dejaba su ''cuenco'' en la orilla después de barrearse a gusto, grande como una piscina olímpica. Me tenía más desorientado que un mozo dejando a su novia con el amigo de toda la vida. Y aquella noche allí estaba yo, sin luna, esperándole en la querencia del charco de la zarza, ya bastante mermado por estíos veraniegos. Poco aire y a favor en una noche tenebrosa como boca de lobo. Al rato, sin ruido aparente, sin avisos premonitorios, comenzó mi calvario. Algo entró al agua. El chapoteo descarado me hacía pensar en que algún pato, sin sentirlo llegar, hubiera amerizado en el líquido pero mucho escándalo era para un parro. Además, el azulón suele llamar a algún congénere después de tocar agua para tener compañía. No me cuadraba. Y el agua seguía removida por alguien no identificado. Pensé en el cochino. Podía ser él pues cuerpo tenía para remover cien mares por lo grande que era. Me fui sugestionando y cada vez tenía más claro que era el macareno. Me decidí a encarar el rifle y alumbrar. Al hacerlo, el haz de luz iluminó el anillo de la charca y pude ver a mi fantasma. Una nutria como un perro andaba a ranas y cangrejos. La madre que la echó!, pensé, mientras que de la parte derecha, apartado del agua, se arrancó para atrás un jabalí, mi jabalí, como un burro. Le eché la luz encima pero se tapó pronto y no quise arriesgar. Cuando llegó al amparo del monte y sintió el roce de las matas en sus escudos me puso verde en su idioma. Pocas veces me ha insultado tanto un cochino. Me encogí en la silla por el rapapolvo. Si no llega a estar protegida la nutria, la mato. Pero, ¿qué hacía esa bicha allí tan lejos del río? Ya no tenía remedio. Pasé el verano detrás de EL, se rió de mi todo lo que quiso y un fatídico día desapareció y no supe más de su peluda estampa. Deseo que quien lo cobrara, si alguien lo cobró, lo hiciera en buena lid y por derecho. Era un digno y gran ejemplar de su especie. Un macareno pimpolludo de todo lujo...