Bueno pues ya terminaron las jornadas del curso. Aunque no huvo abates ha estado más que bien, y la finalidad, la de aprender un poquito más como intentar burlar a nuestros jabalíes, está más que cubierta.
La primera espera pintaba estupendamente en mi postura. El cebadero estaba tomado, el aire según la previsión soplaría a mi favor y la luna no haría acto de presencia por lo que la oscuridad daría amparo total a los jabalíes. Pero el papeleo necesario para cazar allí demoró nuestra entrada a los puestos y se nos hizo más tarde para colocarnos de lo que nos hubiese gustado.
Aún de día, cuando Adol que era el último en colocarse, llegó a su puesto, comenzaron a sentirse bajar los gorrinos por el barranco que quedaba opuesto a donde yo los esperaba. La brisa soplaba de cara a mí y el sonido de alguna piedra y rama delataba la presencia de los animales aún tapados. Oscureció rápidamente y ya con la noche encima distinguí dos bultos entrar en el bancal de almendros donde estaba colocado el cebo. Se trataba de dos primales jóvenes. Oía un tercer animal en el barranco de mi izquierda sin llegar a dar la cara al bancal. Las múltiples paradas antes de meterse bajo del almendro donde está el maíz delataba el nerviosismo de los hermanos. Con el primer bocado que dio uno de ellos, el otro se asustó y salió corriendo en estampida hasta pararse a pocos metros y volver de nuevo a comer. Ya los tenía en la zona de tiro a ambos partiendo maíz, y decidí dar un pequeño toque de luz de mi linterna para ver su reacción. La cosa pintaba mal, pues el destello había sido mínimo y ambos habían salido corriendo sin mirar atrás. Las oscuras siluetas se detuvieron antes de taparse, y tras unos segundos volvieron por la comida. Los dejé comer durante varios minutos antes de volver a tantearlos, a fin de que se tranquilizasen un poco. Su glotonería era incesante y su reacción al segundo toque de luz no fue tan violenta como la primera, pero uno de ellos volvió a correr un par de metros, mientras el otro se me quedó mirando en mi dirección. La oscuridad era total y me costaba distinguir la posición en la que se encontraban pues se iban cruzando continuamente. Un tercer toque y aunque los dos me miraron ninguno corrió. Así que decidí abrir el arco y anclar. Doy la luz por cuarta vez con intención de tirar pero ambos están de frente a mí... así que apago y permanezco con el arco abierto hasta que creo ver que uno se ladea... vuelvo a encender y cuando busco donde colocar el pin de mi visor allí no queda jabalí alguno. Se han lanzado al barranco de cabeza sin opción alguna de tiro. Destensé el arco con cuidado y permanecí inmóvil con la esperanza de que volviesen a aparecer pues sabía que estaban allí mismo pero tapados. Pasaron unos minutos y sentí un leve ruido a mi espalda. Aunque estaba a ras de suelo, mi posición era elevada respecto al camino que bordea al bancal de almendros, y es en la claridad del camino donde distinguí un jabalí mucho mayor que los anteriores inmóvil. Tomaba aires suavemente, pero no conseguía sacarme. Intenté girarme lentamente pero con las prisas no había limpiado el puesto todo lo que debí y una pala del arco me rozó en una ramita de la carrasca que me rodeaba. El jabalí me oyó y se tapó inmediatamente. Empezó a recorrer la zona por mi espalda hasta que escuché como de un ronquido llamó al resto de la manada y se alejaron lentamente. Una hora de espera, tres jabalíes vistos y una oportunidad de oro perdida.
Durante el resto de la noche escuché los jabalíes al menos en tres ocasiones más melodeando por los alrededores, pero sin llegar a dar la cara al pequeño bancal de almendros.
La segunda noche cambié mi ubicación y me metí dentro del lentisco donde estaba el puesto el año pasado. Entre la lluvia y el aire cambiante me fue imposible escuchar nada, y si se acercó algún gorrino por la zona, yo no me dí cuenta.
El viernes siguiente no pude asistir por asuntos personales al cursillo, y cuando llegué sábado Adol me dijo que había estado escuchando los jabalíes comer en mi puesto sobre las 22:15 h. Dada la previsión del aire me ubiqué de nuevo en el lentisco, y aún de día, hoy claramente desencamarse un animal cercano al puesto de Adol. Una piedra por aquí, una ramita por allá, pero al puesto no se acercaba. Escuché la algarabía de la jabalina seguida por los rayones pasar primero por mi espalda y luego por el frente. El sonido de los pequeñajos y los gruñidos de su madre guiándolos me tuvieron bastante entretenido. Sobre las once me pareció oir un jabalí por el barranco, pero no fue hasta las doce hasta que no lo sentí moverse claramente. El animal hacía escuchas muy largas tapado por la vegetación que bordeaba los almendros. Iba derecho hacia donde me puse el primer día, a escasos quince metros de donde me encontraba. Lo escuché tomar vientos en varias ocasiones. Tenía el arco listo para abrir pues pensaba que de un momento a otro daría la cara al bancal, y me tuvo en tensión hasta que llegó la hora de quitarnos y dar por concluida la jornada.
Cualquiera pensaría que los jabalíes que habitan en una Reserva son animales tranquilos y que el abatir uno de ellos no tendría más complicación que la de ejecutar el lance correctamente, pero nada más lejos de la realidad, los animales que hemos intentado cazar son extremadamente desconfiados y precavidos como nos han demostrado noche tras noche.
Mi compañero Santi tuvo jabalíes en su puesto las cuatro noches. La segunda noche tiró a un gorrino que se le venía a buscar al puesto pero no lo alcanzó. Y la última jornada se puso al paso para ver si cortaba al jabalí que el tercer día le entró por la espalda, y fue el único momento en el que lo sintió comer en el cebadero... cuando no podía tirarle.
En fin, que cada día te obligan a estudiar todo y planear una nueva estrategia dependiendo de lo sucedido el día anterior, los aires, la luz de la luna y algunas cuantas cosas más. Esto combinado por cada uno de los puestos sin duda es una lección continúa para los asistentes. Así que con lo que nos enseñan estos astutos gorrinos, y con todo lo compartido por monitores y compañeros a cada momento de las jornadas, yo considero el curso más que provechoso. Destacar que partimos siempre de que para la caza no hay un método infalible, una verdad absoluta, por eso hay cuestiones que puedan ser más unánimes y otras en las que incluso cada uno de los monitores tienen un punto de vista diferente según sus experiencias. Ellos lo transmiten a los alumnos a fin de que cada uno saquemos nuestras propias conclusiones y podamos seguir mejorando aunque el cursillo haya terminado.
No me queda más que agradecer a los monitores el esfuerzo que hacen para que este proyecto siga adelante a pesar de todo. Espero poder volver a estar allí algún día, ello significará que en las esperas con arco todavía tengo mucho que disfrutar y aprender.
Nos vemos pronto amigos.