La madrugada heladora, con su cielo cuajado de estrellas, sorprende a los cuatro hombres iniciando la escalada por las cumbres nevadas de Gredos, en una ascensión contrarreloj para situarse lo más arriba posible, antes de que el gallo cante. Son las zancadas, con paso medido, protagonistas en la incierta oscuridad taladrada por la luz de las linternas, en el afán de descubrir algún paso apurado... Las suelas de las botas aplastando la nieve producen un monótono crujido, fundiéndose éste con las respiraciones entrecortadas de los monteseros abrumados por el esfuerzo, un esfuerzo que a poco de amanecer, si pintan oros, se verá recompensado cuando localicen a ese viejo macho montés, rey y señor de las cumbres abiertas a los cuatro vientos. Un macho al que por otra parte le restan pocos meses de vida por haber alcanzado la cota final en su cuerna marcada con las muescas de tantos años pretéritos, de tantas luchas estrepitosas por conseguir el mando de la cabrada. Por tanto, ésta de hoy, será una caza selectiva sobre un animal ejecutor de todas y cada una de sus funciones vitales en su ya dilatada vida montés... La frontera del alba anda cerca, adivinándose una tenue luz en lontananza, allá por saliente. Los cazadores, si cabe, aprietan más el paso intentando robarle metros a la ladera. Hay que andar ligeros si quieren estar en el sitio querencioso antes de que la luz del sol despierte quitándoles el amparo de las sombras... Mientras, el viejo macho, descansa tumbado en la cima al abrigo del cierzo helador aquejado de achaques en sus huesos molidos por tantas y tantas heladas... La edad en los animales tampoco perdona y el patriarca espera impaciente los rayos de sol para calentar su aterida anatomía. No lejos de allí, el grueso de la manada trastea ya en busca de la pitanza de cada día... Amanece Dios a la par que los venadores alcanzan los terrenos previstos haciendo una corta parada para dejar que el día, con su claridad, deje echarse los prismáticos e intentar localizar la pieza elegida. No se hace de rogar la anhelada situación comenzando de inmediato el registro concienzudo de cada palmo de terreno cuando, a poco de observar, el más experimentado de la cuadrilla, en voz queda y susurrante, indica la situación del ''afrancesao'' que aún continúa tumbado. No llegará a cuatrocientos metros la distancia entre unos y otro, surgiendo de inmediato la emoción desbocada al ver el calibre del trofeo. El que lo localizó primero despeja las dudas al instante:''Es el Abuelo, no cabe duda''... Mientras,''El Abuelo'', se incorpora lentamente buscando un carasol propicio encaramándose torpemente en una lancha que aflora sobre el manto de nieve.''Se está bien aquí'', piensa, sin percatarse de la aproximación de dos hombres mientras los otros vigilan con los binoculares con una tensión que se palpa en el ambiente... Ganan los cazadores terreno, palmo a palmo, con cadencia y sigilo, hasta situarse a un par de cientos de metros del montés anestesiado por el calor naciente de la mañana. Al instante, ruge el 270 del montesero, impactando el proyectil enviado por éste en la paleta del macho, desplomándose a continuación el animal sobre la blanca nieve, tintándola poco a poco con tonos de roja acuarela... Apretones de manos y prisas emocionadas por ver el trofeo ansiado protagonista de noches en vela, seguidas de jornadas en blanco. Apunta el mediodía mientras cuatro hombres en fila india bajan barreras grises y albinas, el zaguero porta a su espalda, en la raída mochila la cuerna del macho que en otro tiempo, no muy lejano, se meció a capricho de su propietario por las infinitas soledades de Gredos...