Yo cazo normalmente en el Noroeste de la provincia de Córdoba, lindando ya con las de Badajoz y Sevilla, a unos 60-70 Km de la capital. Una noche de 2014, acabando el invierno, los oí aullar, o eso creía. Nunca antes había oído el aullido del lobo. No eran perros, estaba seguro. Fue espeluznante. Impresionante.
Aquellos días venía a mi casa un amigo, invitado a hacer un aguardo. Es Ingeniero, juez de la J. N. de Homologación de trofeos de caza mayor y uno de los mejores gestores cinegéticos de la provincia. Se lo conté, por supuesto. Estaba esperándolo para hacerlo. Me contó entonces que en Adamuz, pueblo situado a unos 50 Km al otro lado de la ciudad de Córdoba, hacía algo más de una semana, en una finca que él mismo lleva, se habían comido unas cuantas ovejas y habían matado otras tantas. A continuación, a otro amigo común que hace sus aguardos, digamos que casi en la misma Córdoba, le habían entrado 3 lobos juntos, dos noches seguidas. Era increible, todo cuadraba. Habían avanzado algo así como 100 Km en una semana, si es que lo que yo oí, efectivamente, hubieran sido lobos. Hicimos nuestro aguardo y no tiramos, ni él ni yo.
Al día siguiente, comiendo en el pueblo, nos contó el tabernero que el guarda de una finca que "casi linda" con la nuestra, había visto correr a las reses a media tarde. Paró el Land Rover y sacó los prismáticos. Algo no cuadraba. Las reses sollispadas a media tarde... aquellos cordones y aquellas carreras... "Furtivos", pensó. Se atalayó en unos riscos cerca del carril y vio de qué huían sus ciervas. Eran tres lobos que corrían por detrás de ellas. Los mismos que habían atacado las ovejas en Adamuz, los mismos que había visto nuestro amigo pegaditos a Córdoba y los mismos que había oído yo.