Acabo de leer el relato de Troy, el del Sembraito, y me he acordado de un aguardo que tuve bastante similar. Creía que lo había publicado, pero he estado repasando los relatos y no es así. Quizas fue la versión abreviada en la antigua Tio Luna.
He estado dudando si poner el relato completo, que he sacado de mi diario de caza, pues tiene una primera parte muy intima y personal o solo lo concerniente a la espera pura y dura. Lo escribí hace algunos años y cuento en él mis comienzos en la caza y nombro a las personas que en este aspecto han sido más influyentes en mi vida y a las que quiero con todo mi corazón.
He decidido ponerlo completo, así que leedlo con cariño, sed benevolentes y espero que así me conozcais un poco mejor.
¡Espero que lo disfruteis, como yo lo he hecho al escribirlo!
Un Abrazo a todos
Pip`s
¡¡ME COMÍA!!
El 15 de Julio de 2010 fuimos mi amigo Abú y yo a hacer una espera en una finca muy enmontada en la sierra de la Almijara.
Abú (Antonio Jesús) es para mí uno de mis AMIGOS con mayúsculas, de esos que solo se cuentan con los dedos de una mano. Nos conocemos desde que éramos pequeños y recuerdo, cuando llegaba los lunes al colegio después de haber pasado con su padre y su padrino ( mi querido Juan Manuel, que seguro estará allá arriba, monteando en las sierras celestiales y esperando a que nos reunamos con él, para seguir contándonos historias de lances a hermosos venados e hirsutos cochinos, que rompen el monte acosados por valientes rehalas) , un fin de semana de montería en Sierra Morena, me contaba que le había entrado un venado, o que tiró un cochino, o que no habían visto ná.
A mí, esos relatos me llenaban de sana envidia, pues en mi casa nadie había ido de caza Mayor.
Mi abuelo Pepe y su hijo Alejandro (mi tío), sí eran muy aficionados a la caza menor, y cuando mi padre se hizo novio de su hija, lo arrastraron hacia la caza, pero él nunca se aficionó. Solo iba con ellos pues le encantaba su compañía.
Cuando mi tío Alejandro, su mujer y mis dos primos pequeños fallecieron en un desgraciado accidente, yo contaba siete años, y en mi casa se guardaron las escopetas y jamás se volvió a hablar de caza. Lo que pasa es que el destino es insondable y a mi hermano Luis y a mí nos entró la afición. No sé si sería porque, en aquellos tiempos y donde vivíamos, estábamos el día entero detrás de pajarillos, ranas y cualquier cosa que se moviera, con una escopetilla de perdigones que encontramos en el armario de mi abuelo, y que pertenecía a mi tío Alejandro.
Mi abuelo, cuando descubrió que le cogíamos la escopetilla, en vez de reñirnos, lo que hizo fue enseñarnos a manejar un arma con seguridad asegurándose e inculcando en nuestras mentes de niños, los conceptos de manejo seguro y ética de la caza, que permanecen tanto en el espíritu de mi hermano Luis como en el mío grabados a fuego.
Tenía mi abuelo una Víctor Sarasqueta paralela preciosa. Yo la veía en el fondo del armario y me daba la sensación de que lloraba su tristeza. Cuando tuvimos la edad suficiente, le rogamos a mi abuelo que nos llevara de caza, y venciendo su dolor por el recuerdo de su hijo, accedió a llevarnos y enseñarnos.
En una finca que tenían mis padres en Antequera, tuvimos nuestros primeros lances. Aquello estaba “pelao” pero un conejillo después de toda una mañana andando, o una perdiz que nos sorprendiera con su Prrrrrrrrrr al salir volando, era suficiente para calmar nuestras necesidades cinegéticas. Bueno, eso y las palomas del cortijo de las que entre mi hermano y yo dimos buena cuenta.
No olvidaré nunca a mi abuelo. Delgado, fibroso, con su bigote estilo años 40, sus gafas de pasta y su inseparable gorrilla campera, andando con nosotros y enseñándonos las cosas del campo….. "¡mira, mira, eso es un Alcaravan!."
También me enseñó a pescar, y con sus cañas y carretes antiguos, cogí mis primeras herreras y robalos en las playas del Palo. ¡ Ay mi Lelo!. Hasta ahora nadie lo sabía, pero cada vez que salgo a cazar o a pescar, en la soledad del monte o de la playa al atardecer, le rezo una oración, (o más bien hablo con él, pues no soy muy creyente) y le pido que me cuide como siempre lo hizo y que me dé suerte y tenga un buen lance. ¡Os aseguro que siento que me escucha!
Hoy día, guardo su Víctor Sarasqueta, que me dejó en herencia, como mi tesoro más preciado.
Cuando oía hablar a Abú de la Caza Mayor, me decía a mí mismo, que en cuanto me hiciese mayor y pudiera tenía que probarla….
Y así fue, cuando entré en la Universidad y pude tener algunos ahorrillos, me compré mi primer rifle, un Midland 30.06 que me costó 20.000 pesetas. Con él solo tiré dos veces y al blanco, e hice alguna espera sin resultado ninguno, precisamente en esta finca de la que hablaré a continuación, pues es donde ocurrió el relato que nos ocupa.
Mi hermano Luis y yo hemos sido siempre inseparables, y hay pocas cosas que me hagan más feliz que pasar tiempo con él.
Juntos empezamos a Cazar, aunque su afición por la menor y en especial por el reclamo de perdiz (que a mí no me ha llamado) es infinitamente superior a la mía y solo comparable con la que tengo yo a las esperas de Jabalí. Hoy día cazo la menor solo para pasar tiempo con él. Es una persona Grande, en todos los sentidos, bien parecido, inteligente, y con una atracción que hace que la gente quiera estar con él. Es de esas personas a las que la gente escucha sin tener la necesidad de alzar la voz o imponer su conversación, con un gran sentido del humor y un poco cabroncete, y a mí me adora. ¡Es mi hermano pequeño!, pero parece que sea un viejo Sofista y en la caza salen a relucir sus mejores cualidades, templado, fino, firme, con pundonor…. Y generoso a más no poder.
Hemos dormido en la misma habitación desde la adolescencia, compartido nuestros más íntimos secretos, echándonos capotes con los ligues, los padres, los profes y todos los líos de la juventud, en fin, que os puedo contar de una de las personas más importantes de mi vida….
Cuando empecé a trabajar, con mi primer sueldo le hice el mejor regalo que nunca he hecho a nadie…. Compré una pareja de escopetas Beretta, una para él y otra para mí. Su cara cuando se la di, es algo que jamás podré olvidar.
Nuestros primeros pasos en la Caza Mayor, por supuesto fueron con Abú, su padrino Juan Manuel (el padre de Abú ya había dejado de cazar), Manolo (nuestro querido Poli) y su Padrino Pepe Luis.
Pepe Luis, también tristemente fallecido y del que guardo un recuerdo tan entrañable como de Juan Manuel, era lo opuesto a este y los dos eran grandísimos amigos.
Pepe Luis, grande, gordo, con su cabello cano peinado hacia atrás con Patrico, y su bigotillo. Me recordaba a D. Leandro de Borbón, siempre impoluto, con su bastón, sus zahones y sus zapatos ingleses para ir de montería. Y la corbata… ¡¡Los Señores montean con Corbata!! nos decía, no vosotros, que parecéis una banda ….
Pero sobre todo era buena persona y un ¡¡Guebon!! Jeje. Jamás tenía prisa. Recuerdo un día que salimos de Málaga, para ir de montería a no sé dónde. Íbamos en el coche Manolo, mi hermano Luis, él y yo, y previamente nosotros (que teníamos 20 años y muchas ganas de guasa) acordamos que íbamos a parar cada vez que nos lo propusiera. Abú iba a salir sobre las 6 de la tarde con su padrino y nos veríamos en el pueblo cercano a la finca que se monteaba.
Salimos desde casa de Manolo a la 1 de la tarde. A la 1.15, cuando aún no habíamos recorrido ni 20 km, nos propuso parar a comer en un sitio que él conocía y que se comían unos huevos frito "epsepsionales" (como él decía). Paramos y comimos. Sobre las 3, tranquilamente reanudamos el camino y a los 15 km nos preguntó si nos apetecía café… nosotros, ¡claro Pepe Luis, cómo no! Otra paraita… después del café seguimos y a los 30 km dijo que como teníamos que echar gasoil, en esa gasolinera venden unos rosquitos divinos….. allá que paramos. Después paramos en Riofrío porque quería ver el coto de pesca de truchas… total que cuando Abú nos adelantó a las 7 de la tarde, aún no habíamos recorrido ni 120 km…. ¡Genio y figura!.
Juan Manuel era delgado, fibroso, hiperactivo, un poco despistado y con un corazón que no le cabía en el pecho de lo bueno que era. No había nada que le gustara más que ir de montería con nosotros, con sus niños…… ¡Niños, que poca vergüenza tenéis! nos decía, cuando por la mañana nos costaba la misma vida levantarnos para ir de montería, sabiendo que no íbamos a ver un jopo, después de haber estado hasta las 3 de la mañana en el bar del hotel del pueblo que fuese, hablando de tiros, venados, de ¡aquel cochino que después de soltarle tres pompas … traspuso!.
Mi hermano se levantaba gritando a voces…. ¡Arriba Cazaores de baaaaarr! ¡Que os gustan mucho las copitas por la noche! Luego el mamón llegaba al puesto y se echaba a dormir.
Recuerdo que ese día, en la junta, después de la montería, el que le tocó el puesto vecino al nuestro nos comentó: ¡¿No habéis oído al cochino? Ha estado toda la mañana regañándome y bufándome, y el mamón no ha salido al claro…
Luis y yo nos miramos y rompimos a carcajadas, pues fue mi hermano, que se quedó dormido y después de la tranca de la noche antes, roncaba como un marmolillo….
Juan Manuel y Pepe Luis, nos enseñaron a ser Monteros, a saber comportarse en el campo, a respetar a los animales y jamás discutir una pieza en la junta, el valor de la amistad y la tradición. Aparte de todo esto, nos trasmitieron su sabiduría y su experiencia.
De esos mimbres, salieron estos cestos, mi amistad con Abú, se fraguó entre jaras y encinas, aromas de monte y sonido de Caracolas. Él me enseñó la Montería, y yo lo enganché a las esperas. Cazo la Menor con mi hermano, y los aguardos con Abú. Y a las monterías vamos los tres y en cada una de ella recordamos a nuestros Maestros.
En fin, que acabo de empezar a escribir y me he dejado llevar por la melancolía y no es cuestión de eso.
En la finca en cuestión, de la que os hablaba al principio, situada en un precioso paraje de la sierra de la Almijara, cercana a Almuñécar, llevábamos preparando los cebaderos tres semanas y estaban "arrasados", así que con tres cuartos de Luna creciente y mucha ilusión en el morral, nos dispusimos a realizar nuestro aguardo.
Tenía yo mi comedero en un olivarcillo ganado al monte a base de esfuerzo y con una gran pendiente. En la parte de abajo y en medio de una autopista de rastros que lo cruzaban de izquierda a derecha, se encontraba dicho comedero.
El apostadero lo tenía en la parte superior del olivar, a unos 40m. del comedero, en un olivo de tres patas al que le habían cortado la de en medio a una altura de 60cms. Me senté en el suelo, detrás del árbol, pasando mis piernas alrededor del tocón que me servía también para apuntalar el rifle y para sostenerme, evitando que me cayera debido a la gran pendiente. Para que os hagáis una idea, estaba montado a caballo sobre el tocón y mis piernas estaban casi en el aire. A ambos lados de mis piernas, las otras dos patas del Olivo (encajonado y sin posibilidad de movimiento rápido).
A mi derecha había unas hierbas altas y una vereda de guarro vieja y sin señales de haber sido tomada en los últimos meses. Esta vereda tenía su fin justo a mi derecha y un poco atrás, a escasos centímetros de donde me encontraba.
El viento soplaba suave pero constante, casi de cara pero un poco por mi derecha, por la amura de estribor (como diría un navegante)......y en estas condiciones comencé mi espera.
¡Que delicia el atardecer en el campo una tarde de verano! si no fuera por los mosquitos y el móvil, que aunque en silencio no paraba de vibrarme en el bolsillo de la camisa, pues era el día de mi santo.
Sobre la 9:30 entró un Zorrillo en el puesto, estuvo por allí husmeando unos minutos para luego marcharse tranquilamente por donde había venido.
Diez minutos después y con la última luz del crepúsculo oigo un gruñido seco. Los sentidos se me disparan ¡¡ya viene!!... El corazón empieza a bombear a toda velocidad, impulsado por el chorro de adrenalina que inunda mi cuerpo. Se me seca la boca, el respirar deja de ser un movimiento inconsciente, para pasar a ser un verdadero tormento de control del jadeo….
Pero ¡oh vaya! el marrano no venía por la autopista de rastros de abajo, sino que le había dado por coger una comarcal, que no transitaba desde hacía meses..... La veredita que tenía a mis espaldas. Miro hacia allá y a unos 40 metros, le veo el lomo por encima de las hierbas que tendrían una altura de 50cms, y el lomo le sobresalía una cuarta. ¡¡Venía derechito pa mí!!
- Ese bicho, por su altura pesa por lo menos 80kg, pensé, no me puedo salir de aquí rápido porque estoy encajonado, y nada más que asome la jeta y me encuentre delante, se va a asustar tanto como yo, va a pegar un bote y me va a pasar por encima.........
La verdad es que no me hacía ninguna gracia. Me quedé mas quieto que los ojos de espinete, aunque en mi fuero interno estaba deseando que el viento cambiase, el cochino me oliera y se fuera de allí, en resumen, estaba tenso como la cuerda de un violín y con la adrenalina disparada.
Muy despacio levanté el rifle del tocón del árbol y me lo apoyé en mi cadera derecha, asiéndolo sólo con esta mano, (lo dicho, no me podía girar ni a izquierda ni derecha) y quité el seguro.
Yo tiro un calibre "pequeño" (300 Weatherby je, je) y el cañón de mi rifle estaba a 3cms de la salida de la vereda (donde acababan las hierbas). Me quedé en tensión durante unos segundos, ya no lo veía porque si giraba más el cuello, iba a parecer la niña del exorcista. De repente allí asomó el cabezón. Nos miramos unas décimas de segundo ( que a mí se me antojó media hora) y ¡¡¡Pummmm!!!!.
Del impacto de la bala, cayó un metro hacia atrás, y tapado por las hierbas, no lo veía. Del subidón que tenía me quedé bloqueado, no hacía nada, las manos me temblaban....bueno temblaba entero. Me llamó Abú, que había oído el disparo y casi no podía contestar al teléfono.
-¿Es bueno? me preguntó
-no lo sé, contesté.
- Pues ve a verlo…
-espera a que me tranquilice que tengo un tembleque.....
Al final era un guarro de unos 70kg con una boca medianilla, pero el lance que me regaló el día de mi santo, no lo olvidaré jamás.