Serafín llevaba ya un buen rato puesto y entraban al pilón… vacas, que no sabía de dónde habían salido, un burro, dos caballos trabados dando los típicos saltos de estos cuando tienen atadas las patas delanteras, (El conde no entendía porque a esto se le llamaba “ir trabados de las manos”, - ¡tendrán manos acaso los caballos!, vamos no se le ocurre a nadie llamarlo así , pero la gente sabrá porqué .)
Por si fuera poco un mastín estuvo bebiendo hasta irse con la barriga hinchada.
-Valiente festival, así aquí no entra ni una res, -pensaba Serafín mientras el sol iba cayendo.
Mientras Calzones y Cisco seguían inmóviles pero sin ver ni un pájaro. No habían cambiado de postura en la hora que llevaban esperando. El Cisco estaba un poco entumecido y fue estirando lentamente una de las piernas, pero se quedó como una estatua de sal cuando lo miró Calzones y se llevó el dedo índice atravesado a la boca cerrada. Después con ese mismo dedo muy despacio señaló a un bulto negro que asomaba el lomo por encima del forraje. La hierba estaba muy alta porque había llovido mucho en primavera y los animales se tapaban bien si no eran muy grandes. Cisco seguía como si fuera un chino haciendo taichí. Un pierna flexionada en cuclillas bajo el cuerpo y la otra estirada casi en horizontal y se apoyó en las dos manos sobre el chinorro gigante para no caer. Veía como Calzones levantaba el rifle lentamente, tanto que no parecía que lo moviese. El bulto era un cochino medianete de los que acaban de hacerse solitarios pero sin entidad de viejo guarro. En una calva del pasto se le vió perfectamente y Calzones lo tuvo claro. Aquel cochino era más grande de lo que había pensado al principio y cumplía las expectativas de carne. Un macho hecho pero sin el olor profundo a verraco que tanto estropeaba la carne. Lo tenía a no más de 15 o 20 metros. Comía tranquilamente sin notar nada extraño. El aire iba del cochino a la piedra, por eso no olía el sudor que le caía a Cisco por la frente y la espalda. De pronto hubo un revoque del viento de los que son normales en la sierra al ir declinando la tarde, y el cochino notó algo. Le vino un olor inconfundible, (El Cisco cuando sudaba, sudaba y su sudor olía a kilómetros). Y levantó la cabeza bruscamente. Fue lo último que olió. Una pequeña balita se introdujo por debajo de la base de la oreja derecha y calló sobre sus patas en un espasmo nervioso. Ni se enteró de lo que había pasado. Calzones bajó el rifle con un lacónico:
-¡Ea! Yastá, a esto jabiamos venío. – En tanto que Cisco caía de culo sobre la piedra y estiraba desesperado la otra pierna.
-¡La virgen!...no aguantaba mas…si que lo has apañao pronto.
-Ajora nos jamamos er taco y ansí ejperamos a que vengan los demaj al oído der tiro.
A Cisco ya repuesto del entumecimiento lo de comer siempre le parecía bien, y se pusieron a ello. Cisco también traía una talega abultada, (no fuera a quedarse con hambre), pero aproximadamente los dos llevaban los mismo alimentos. “Todo bajo en colesterol”, pero desconocían este término y ni falta que les hacía conocerlo. Los dos sacaron sendas tortas de panceta entreverá, chorizo de matanza y hogazas de pan de las de siempre. Calzones llevaa algo de vino, pero su amigo nunca bebía alcohol y tenía una garrafita de cristal recubierta de esparto que mantenía el agua fresca. Se pusieron a comer y… acabaron de comer. Como no venían los amigos, Cisco en un pispas avió el cochino cogiendo las preceptivas muestras para el veterinario. Y se sentaron a esperar. Se hizo de noche. Y estaban extrañándose cuando vieron venir los faros del Landrover del maestro. El maestro se bajó exultante y dijo:
-¡Teneis que venir conmigo, que he matado un pedazo de guarro, sin boca pero que pesa lo menos ochenta kilos!...¡coño si vosotros también habéis tirado…y matado!- Dijo mirando el guarro en el suelo y continuó… -Además he tirado otro a primera hora muy lejos pero que veía perfectamente con el visor, y no sé si le he dado.
-Pos ni tejemos sentío, ji nó, no tiro ejte. ¡Ji que amos a tené carne!. Ej que estabas mu en el abujero y era bujero sa comío el ruido der tiro.-Sentenció Calzones.
- Gueno, mas vale que zozobre a que zofarte como dice er refrán. –Dijo Cisco, echándose el guarro a la espalda y dirigiendose al coche. –¡Ea pues vamos a por el otro guarro!.
-Animalito, ni ayuda ha pedido- Dijo en voz baja Antonio para que solo lo oyera calzones.
- ¡Esque ya tié el estogamo lleno!- Rió Calzones.
Cuando llegaron al agujero donde había estado el maestro, Cisco se bajó, y se fue directo al guarro caído.
-¡Guenos lomos tiene el mozo!-Dijo, y le dio la vuelta y empezó a vaciarlo.
-¿Onde tiraste el otro, Maestro?.
-El maestro contestó a Calzones:…- Debajo de aquel chaparro grande que se recorta contra la Luna casi en el viso.
-¡Amo jayá! Y Calzones empezó a subir lentamente dejando a Cisco apañando el guarro y seguido de cerca por Antonio.
Cuando llegaron al chaparro lo único que dijo Calzones fue…
-¡- con que no las dao!..¿no?. Poj aquí está la jangre. ¡Cagóndiez!, menojmal que va pabajo. Pero er joío no ja andao mucho. Mira onde ejtá. Y esjtá gordo er joío. ¡Tié cojone la cosa!. ¡¡¡¡Cisco ajubete parriba, que tiés que echarnos una mano!!!!... Tié cojones… no quierej carne… po toma carne…anda que er Maestro también iba a errá… er tiro.
- ¡He tenido un buen profe!... Se reía Antonio. – Hemos venido a por un bicho y llevamos tres.
-Pos atate los machos, que como er conde, haya jecho carne, tenemo jaena.
-Yo no lo he oído tirar, Calzones, pero tampoco te oí a ti.
En esas llegaba el Cisco…
-El de abajo está apañao. Este lo aviamos aquí y así pesa menos.
-¡Tu mandas!..Dijo el maestro agarrando el cochino por las patas delanteras con la espalda sobre el suelo para facilitar el trabajo a Cisco.
En lo que se tarda en decir “Jesús” estaba el guarro vaciado y con las pezuñas cortadas. Cisco le amarró una cuerda de “pita” en el morro al cochino y empezó a tirar del mismo. – Cuesta abajo no tiene chicha, con el que me vais a tener que echar una mano es con el de abajo. ¡Ese tiene un deslome!.
Cargaron el guarro menos grande en el maletero del Landrover junto al de Calzones y echaron mano entre los tres para subir el grande.
-¡jeeeee…Adentro!- Voceó Cisco mientras lanzaba el guarro encima de los otros dos. Calzones y Antonio solo habían subido el cochino hasta una altura en que Cisco ya podía él solo con el bicho.
Cuando se metieron en el coche, el Maestro dijo:- ¡Vaya tufo a guarro! Esta peste no se le va al coche en un mes. Verás cuando se monte Marta, me va a poner fino.- Y todos rieron porque se imaginaban el cuadro.
-Argo jabrá que jacé pa que se quite er tufo a guarro. ¡Ajora amos a por er Conde ¡.-Y se pusieron en marcha hacia el concurrido pilón de Serafín.
Cuando llegaron se encontraron a Serafín comiéndose un bocadillo y dándole un tiento a una botella de rioja.
-¡Creí que os habíais olvidado de mí! Y señalando con la misma mano que sostenía la botella les marcó un bulto que la luz de los faros del coche alumbraban.
-¡Cagondiez!, otro marrano, ya lo barruntaba yo, amos aejtá apañando carne jasta la jemana que viene. –Dijo Calzones que se meaba de la risa.
- Es lo único decente que ha entrado,… y además tiene boca. –Dijo el Conde con una media sonrisa a la vez que se ponía los dedos índice de cada mano a modo de colmillos sobre su mandíbula.
-¡Ji tendrá juerte er cabrón!. -Exclamó Calzones.
- ¡Estás quebrao Serafín!. -Dijo Antonio sonriendo.
-Pos manos a la obra, que a este hay que sacarle los morros.- concluyó Cisco.
- ¿Como que a este?... ¿es que hay mas?,… no he oído mas tiros. –Preguntó el conde.
A lo que el maestro contestó simplemente abriendo la portezuela del Landrover.
-¡Virgen Santa!, …jajaja…¿Pero que habeís hecho Chavales?...¡Anda que no nos queda faena!... Me debo estar quedando sordo, porque no he escuchado ninguno de los tiros.
-No hemos escuchado ninguno los tiros de los otros, por eso tardábamos tanto. Estábamos recogiendo los bichos. Calzones uno y yo dos.
-Tú no te podía conformar con uno y te cepillas dos, jajaja. –Rió el Conde que estaba un poco achispado, mientras pasaba la botella a su amigo.
-¡Gueno, esto yastá!. – Dijo Cisco que ya había aviado el último guarro- ¿No habrá mas?... ¿No?. Que tengo los lomos como pa ponerlos a la sal.
-Mañana le digo al de la tienda de electrodomésticos que me mande un congelador grande que tenía en el escaparate. – Dijo Serafín mientras sujetaba los cochinos ayudado por Cisco. Los marranos sobresalían por encima del asiento trasero y tendían a irse para delante. En el asiento trasero se acomodaban como podían, Serafín, Cisco y todos los bártulos de los cuatro.
-Madre mía si Marta, viera esto. -Decía el Maestro mirando por el retrovisor a los cochinos mientras el resto de la cuadrilla se pasaba lo que quedaba de la botella de Rioja entre bache y bache del carril.
-No te preocupes que le damos un manguerazo y se queda como nuevo. –Dijo el conde.
- No sé yo…-Contestó Antonio
La faena duró hasta las seis de la mañana. Dejaron la carne en barreños de plástico hasta la próxima llegada del arcón. Tomaron las muestras preceptivas que Antonio llevaría al veterinario. Se apiolaron tres botellas del mismo Rioja, que sacó Serafín junto con unas chacinas para que se faenara con la barriga llena. (Ni que decir tiene que Cisco dio buena cuenta de un porcentaje importante de ellas. Eso sí… con agua que Cisco no bebía alcohol).
Todo amenizado con comentarios jocosos como …
¡La próxima de carne ná. La próxima vamos a por abuelos!, ¡ Ya no hace falta carne hasta el invierno que viene!, y risas y mas risas, porque entre otras cosas cuatro botellas de Rioja entre cuatro, si uno de los cuatro no bebe, tocan a una porción considerable de tinto por cabeza.
Fin
