Esperas al Jabalí

GENERAL => Relatos => Mensaje iniciado por: Juan Felipe en Noviembre 11, 2025, 10:48:08 am

Título: LA NOCHE DE LOS VINAOS; En recuerdo de Alfredo Martín González
Publicado por: Juan Felipe en Noviembre 11, 2025, 10:48:08 am
LA NOCHE DE LOS VINAOS
En recuerdo de Alfredo Martín González; el `Tioluna`



Escribiendo estas palabras con los acontecimientos en caliente, me gustaría que sirvieran no como homenaje, pues no me atrevería yo a ser tan pretencioso como para llevar a cabo tan importante y delicada tarea, pero si como un cariñoso y humilde recuerdo para nuestro querido Alfredo Martín, persona, cazador y escritor que, aún en la distancia y gracias a sus libros, consiguió apadrinar en esta locura de los aguardos al jabalí a otros tantos y tantos cazadores que comenzábamos a interesarnos por el tema. Alfredo, allí donde estés, va por ti;

Parece que el tardío otoño finalmente está desplazando al plomizo verano, cada año más duradero. En las dos o tres últimas semanas las temperaturas están comenzando a dar un respiro, aunque en las horas centrales del día aún andamos en manga corta, y eso que estamos ya a finales de Octubre. El estival verde de los álamos ha tornado ya en un amarillo que contrasta con un peculiar rojizo, creando ese ambiente otoñal tan cálido. Las primeras nueces comienzan a caer y los jabalíes rondan ya las chaparras ansiosos de que las primeras bellotas hagan lo propio. La tan esperada lluvia, aunque escasa, también ha hecho ya acto de presencia, permitiéndonos a los aguardistas realizar eso que tanto nos gusta; pistear huellas con el deseo de detectar la grande y redondeada pisada de algún viejo jabalí.

Estos cambios climáticos parecen haber reanimado a los jabalíes, que han empezado a tomar con fuerza el cebadero que tengo hecho en mitad de una nogaleda, la cual se encuentra en una laderilla, casi en lo hondo de una pequeña vaguada, rodeada de olivos, zonas sucias con mucha retama, y algún que otro barranquete con algo de monte bajo, chaparras y zarzales. En vista de estos acontecimientos y ante la inminente llegada del celo de las jabalinas, mi ilusión ha comenzado a dispararse, pues espero que algún viejo verraco salga de su anonimato animado por su instinto reproductivo. De hecho, en mitad del batiburrillo de pisadas de "gente menuda" ya me ha parecido observar las huellas de un macho considerable. Si bien en los árboles circundantes no he encontrado los tan característicos navajazos territoriales que suelen hacer los grandes machos, lo cual me hace dudar de si realmente se trata del animal que ando buscando. No obstante estas zapatillas son dignas de ponerse de espera y, con la debida suerte, comprobar en persona como se comporta el mozo.

Consulto la previsión meteorológica para los próximos días, aunque estas aplicaciones fallan más que las escopetillas de la feria, y decido que el próximo fin de semana, la noche del sábado, día 1 de Noviembre, es idónea para realizar la espera, a pesar de estar la luna bastante avanzada, algo que no me gusta pues he comprobado como los jabalíes en estas luminosas noches entran mas tarde y desconfiados que cuando se sienten cobijados por la oscuridad absoluta. En ese momento era totalmente ajeno a las circunstancias tan particulares que rodean a la fecha elegida para la espera.

Así pues y llegado el día, tras una larga semana, acudo al medio día a revisar y echar de comer en el cebadero. Compruebo que anoche no dejaron nada y que vuelven a estar presentes las pisadas del misterioso macho. Lo dejo todo preparado y me voy a comer a la cercana casa de mis padres. Allí disfruto de unas patatas al horno acompañadas de pollo con cebolla, todo hecho por mi madre, cocinera por cuenta propia con 50 años o más de experiencia culinaria. Acabo chupándome los dedos. La verdad es que por la tarde tenía pensado ir a otra zona para pistear un rato y atender otro cebadero, pero las dos últimas noches no he debido descansar bien y llevo todo el día soportando un molesto dolor en la zona posterior y baja de mi cabeza, el típico dolor de cabeza por cansancio, vamos o al menos a mí siempre me duele así cuando estoy cansado, no se al resto de humanos. Así que, como son las 15:30 y aún queda tarde, decido que será mejor quedarme y echar una buena siesta y quitarme el dichoso dolor de cabeza, en vista de lo que pudiera deparar la noche. Al subir a mi antiguo dormitorio me invaden los recuerdos del pasado. Contemplo mi pequeña biblioteca monotemática, centrada en las esperas al jabalí, en ella tengo grandes autores como José María Baranda, Tomás Allende, Leopoldo de Castellvi, y algunos más. Tal es el sentimiento de nostalgia que decido leer un poquito para invitar al sueño a venir, tomando mi libro favorito de mi autor favorito; "Con la luna por testigo", del gran Alfredo Martín. Sin duda él fue quien en mi juventud me guió en esto de las esperas, pues tanto yo como mi padre eramos auténticos neófitos en el asunto. Me meto en la cama y al abrir de nuevo su libro, tras más de 20 años, siento una enorme añoranza por aquellos tiempos, en los que me pasaba la semana leyendo y releyendo sus relatos, hasta el punto de conocerlos casi de memoria, ansioso de que llegara el fin de semana para ir al cortijo y vivir en persona las mismas aventuras que él narraba. Sin duda aquellos tiempos fueron y siempre serán los mejores, a pesar de que nuestra preparación fuese casi inexistente y los jabalíes nos tomaran el pelo noche si y noche también. Voy pasando rápidamente las páginas del libro buscando algo que leer, hasta que el azar me detiene en el título de un relato de espera que reza; "La noche de los vinaos". Nunca antes me había fijado en la misteriosa ilustración que acompaña al título, y decido releerlo.

Al poco de comenzar caigo en la cuenta de la gran coincidencia que me tenía deparada el destino, ¡¡pues resulta que hoy mismo es la noche de los vinaos!!. Alfredo va explicando de que se trata, celebrándose alrededor del día de los difuntos, normalmente el día uno o dos de Noviembre dependiendo de la zona. En esta noche las familias se reúnen y conmemoran a sus seres queridos ya fallecidos en un ambiente jovial. Sin embargo Alfredo incide en otra arista de esta noche, que por lo visto y según los viejos de la zona está marcada por la mala suerte y el misterio, desaconsejándose salir de casa para nada, y menos para irte a mitad del monte a esperar jabalíes. Como Alfredo en aquel entonces decido no prestarle mucha atención a toda esta superstición y en ningún momento se me pasa por la cabeza abortar el plan de hoy, tomándolo simplemente como un dato curioso, gracioso y anecdótico. Lo que no sabía yo es que más adelante, ya bien entrada la noche, me volvería a acordar de la noche de los vinaos, o de las ánimas, como también la llaman. Tras leer el relato decido dejar que el sueño me lleve, pero esto no ocurre, y lo que pretendía que fuese una reparadora siesta se convierte en un vaivén de pensamientos que no me permiten relajarme lo suficiente. El caso es que después de 2 horas dando vueltas en la cama no aguanto más y decido levantarme para preparar las cosas, ¡ah! y para tomarme un ibuprofeno que acabe de una vez con este dolor de cabeza.

Llego al puesto, que se encuentra en la ladera contraria al cebadero, a una distancia lo suficientemente amplia como para evitar las vueltas que los grandes machos dan antes de entrar. Preparo todo con cuidado, para que una vez caída la noche todo esté a mano. Me coloco mi ropa para el frío, aunque aún hace una temperatura agradable es mejor abrigarse antes de que el cuerpo se quede frío. Debidamente indumentado me recuesto sobre el saco de dormir que utilizo para las esperas, y que me hace doble función, ya que tanto al ir hacia el puesto como para irme me sirve para transportar dentro de él toda la ropa y utensilios, y mientras estoy colocado me sirve de manta para el suelo e incluso si la cosa se pone fría de verdad me puedo meter a su abrigo. He caído cómodamente con la espalda apoyada sobre el tronco de un árbol y mis pulsaciones comienzan a ralentizarse. Una placentera paz embriaga mi cuerpo. Por fin mi mente encuentra la calma, después de toda la semana ansiando este momento. Observo mi alrededor. El momento es perfecto, ojalá pudiera detener el tiempo. El cielo se encuentra teñido de tonos rosáceos, naranjas y violetas. Disfruto el desvanecimiento de la colorida escena hacia el gris oscuro, las "dos luces". Me reconforta la calidez que me brinda mi abrigo. Simplemente por este atardecer ya merece la pena haber venido. Tras el paso de unos minutos cae la noche, la media luna presente se encuentra velada por brumas altas que difuminan su silueta y atenúan su luz, dándole un toque mágico a la escena. Pierdo la noción del tiempo al entrar en "duermevela". En este estado semiconsciente escucho sonidos lejanos, de otra dimensión, como el eco del cárabo solitario. No se el tiempo que ha transcurrido hasta que un sonido desgarrador que raja como un afilado cuchillo toda la vaguada me devuelve bruscamente a la realidad. Se trata del chillido de un jabalí como nunca antes lo había escuchado. Largo e intenso, parece como si se estuviese defendiendo de algo. El escándalo es monumental. Desconcertado quedo a la espera de acontecimientos. Tenso silencio interminable. El misterio aumenta. Han debido de pasar unos 15 minutos que para mi han sido como una hora cuando de repente llega hasta mi el inconfundible crujido de una nuez. Buenas noticias, ya me estaba temiendo lo peor. Poco a poco van escuchándose más de estos crujidos, y cada vez más cercanos al cebadero. Comienzo a vislumbrar entre las ramas de los nogales y en contraste con el pálido suelo algunos bultos negros que corresponden a los visitantes que espero. Al llegar la piara de jabalíes al comedero me echo los prismáticos a la cara y los observo con relativa claridad, cuento cuatro y están comiendo tranquilos. Van pasando los minutos y con sorpresa detecto una nueva sombra aproximándose entre los nogales al grupo de jabalíes. Aunque su paso es firme cada pocos metros se detiene unos instantes con la cabeza alta. Lo que me hace pensar que pudiese tratarse del viejo verraco con el que llevo tiempo soñando. Tras unos segundos infinitos llega al cebadero y comienza a comportarse de forma violenta, en lugar de comer persigue al resto, los cuales rehuyen. Se me van a salir los ojos a través de los prismáticos queriendo analizarlo, está muy complicado ya que no se está quieto el jodío, sin parar de salir y volver a entrar al comedero. Parece un jabalí macho por su corte, y de buen tamaño además. Ahora mismo ni si me ocurre encarar el rifle, hasta que no se tranquilice. En una de esas el jabalí sale y no vuelve a aparecer. Y lo que es peor comienzan a irse los demás. No me gusta, ahora si que pienso que se ha perdido la oportunidad. Observo como se alejan cruzando la alambrada que limita por la parte superior los nogales, y con ellos mi ilusión de poder cobrar esta noche un viejo macho, . Tras perderlos de vista me lamento, sin poder creer que me haya quedado con un palmo de narices. No acabo de entender su comportamiento, pues hay maíz de sobra y normalmente suelen comer durante mucho tiempo, aunque no suelen estar incordiados por un macho, como ha pasado hoy. De repente recobro la esperanza, ya que vuelvo a escuchar el crujir de una nuez, y compruebo que algún jabalí queda escondido por allí abajo. Un nuevo escalofrío recorre mi cuerpo cuando como un trueno vuelve a desquebrajar la noche el mismo chillido de antes. Esta vez proviene de los nogales. Los acontecimientos se repiten. Vuelvo a observar sombras que aparecen y desaparecen, cada vez más cerca de la comida. Después de unos minutos los observo comiendo maíz. Son tres, a los que se unen otros tres. Adultos pero no muy grandes. Intuyo que son hembras. Hasta que a simple vista vuelvo a observar como una gran sombra se acerca decidida al cebadero. ¡Ahí está de nuevo!. Esta vez voy a estar preparado. Me tumbo encarando el rifle. De repente se vuelve a alzar revuelo allí abajo. Gruñidos y carreras. Trato de buscar al macho a través del visor pero me cuesta mucho. En un momento fugaz observo como el verraco quiere montar a una de las hembras, agachando esta el culo y revolviéndose después... ¡ahora comprendo a que se debían esos chillidos!. Cabreado por el rechazo el macho se acerca a un nogal y comienza a darle trompazos y bocados. Mientras yo no paro de repetirme a mi mismo "tranquilo. Ni si te ocurra hacer nada hasta que no le veas bien colocado y parado". Sin embargo ese momento no llega y la posibilidad de volverlo a perder me impacienta. El jabalí sale del comedero, a mi me llevan los demonios al comprobar como se aleja. A unos treinta metros se detiene junto al tronco de un nogal, permaneciendo inmóvil y vigilante. Tras unos eternos diez minutos comienza a dirigirse de nuevo hacia la piara. Me vuelvo a encarar el rifle y asumo que si quiero tirarle voy a tener que correr cierto riesgo, realizando un disparo rápido a la mínima que se cruce y esté parado. Así preparado aguardo su entrada en el visor, tratando de relajarme y pensando en no pegar gatillazo. Al entrar de nuevo en la plaza comienza de nuevo de un lado para otro, lo sigo, apuntándole, y de repente parece que algo capta su atención, comienza a andar despacio. Si, si, así sí, pienso. Sigue así, pero por favor gírate, vamos, solo un poquito más, si, si, sííí ... ¡ahora! ¡¡BUUUM!!. Caos total desatado. Carreras en todas direcciones y tras unos segundos, nada, como si todo hubiese sido un sueño. Justo después del tiro tuve la sensación de que este no había sido bueno, quizás por la rapidez y precipitación de los acontecimientos.

Tras media hora de prudente espera no aguanto más y decido bajar a echar un vistazo. Dentro de la nogaleda el suelo está bastante descubierto de vegetación, así que a medida que me aproximo voy haciendo barridos con la linterna escudriñando su interior, con la esperanza de detectar el bulto inerte del macho. Esta esperanza se va tornando en pesimismo, pues llego hasta el comedero y allí no hay nada, ni tan siquiera un salpicón de sangre. Desde aquí domino unos cien metros a la redonda y con lo limpio que está el suelo, de haber un jabalí muerto y tratándose además de buen porte, lo tendría que ver sin mucho problema. En estos momentos voy confirmando lo que me temía, el tiro, cuanto menos, no ha sido bueno, ya que un jabalí bien pegado no anda mas de cien metros. Sin nada de información comienzo a buscar por todo el comedero alguna gota de sangre que al menos me indique que va herido, sin éxito. Comienzo a dar vueltas cada vez más amplias y es entonces, tras más de media hora buscando, cuando a unos veinte metros descubro unas gotitas de sangre, que si bien parecen de buen color, son muy escasas. La sensación es agridulce, pues aunque me alegro de haber encontrado la sangre me cabrea y entristece enormemente pensar que quizás lo haya malherido, lo cuál pudiese conllevar un agónico sufrimiento, de quién sabe cuanto tiempo, a este animal, algo que me atormentaría durante mucho tiempo y que jamás podría perdonarme. Trato de seguir el rastro de sangre pero me resulta muy complicado. Apenas va dando sangre, tan solo alguna pequeñísima gota cada cinco o seis metros. Al final acabo rastreando casi a cuatro patas y a ritmo de tortuga. Tras una hora larga apenas he recorrido cincuenta metros. Decido cambiar de estrategia. Voy a registrar, una por una, las gateras que hay en la malla para intentar averiguar por donde ha salido, en caso que lo hubiese hecho por una de estas. Con la suerte de que en la tercera que registro, la más lejana por cierto, encuentro un restregón de sangre en el suelo. La lógica me invita a pensar que el tiro está en la zona baja del cuerpo, pues no encuentro otra explicación para la forma en la que acabo de encontrar la sangre, lo cual es otra mala señal. No se como pude hacerlo, pero el caso es que me tiré al suelo en ese momento y me colé por la misma gatera. El jabalí parece que va muy entero. Tras la gatera el rastro se hace más evidente y consigo avanzar unos treinta metros hasta un cerro que es un bosque de retamas. Allí encuentro tres charcos de sangre, como si el animal hubiese estado allí tumbado o parado. Alzo la linterna para buscar a mi alrededor pero lo único que veo son retamas reflejándome la luz. En ese momento me doy cuenta de que estoy haciendo el indio, además de estar cometiendo una severa imprudencia, buscando desarmado a un gran jabalí que seguramente esté malherido. Casi con miedo decido darme rápidamente la vuelta y dejar el pisteo para mañana. De vuelta al coche a más de las doce voy lamentando mi mal hacer, arrepintiéndome de haber apretado el gatillo en esa situación, y sin darme cuenta, me veo envuelto en un banco de niebla que resplandece blanquecina a la luz de la luna, justo en este preciso momento las palabras de Alfredo vuelven a mí; "la noche de los vinaos está cargada de mala suerte", "mejor quedarse en casa"... Maldigo mi escepticismo, ¿sería posible realmente que todo lo ocurrido tuviese relación con la dichosa noche de los vinaos?. Durante el resto de noche y una vez ya acostado apenas pude dormir, despertándome en varias ocasiones visualizando ese ambiente misterioso y ese rastro de sangre, preguntándome donde estaría el jabalí.

Aunque no me hizo falta porque llevaba ya despierto un rato, puse el despertador a las siete de la mañana. Me tomo un café con prisa y rápido vuelvo al último lugar donde encontré sangre. A partir de aquí comienza un largo y pesado pisteo que no describiré para evitar alargar este relato más de lo que ya lo he alargado. Solo diré que fue horrible. Busqué en muchas direcciones sin encontrar nada. De vez en cuando iba descubriendo con alivio aunque sin recompensa alguna gotita de sangre que me llevaba hacia un nuevo escenario que registrar entero; primero un barranquete con zarzales, luego una empinada ladera llena de almendros "locos" como los llaman por aquí, la cual el jabalí tomó sesgada, hasta que finalmente parece que llegó a su vereda, que menos mal que era bastante recta, pudiendo avanzar con algo más de rapidez al ir dejando sus huellas y alguna que otra gota de sangre. Después de tres horas de pisteo y a más de quinientos metros del disparo ocurre lo inesperado, con enorme sorpresa y casi tropezándome con él, doy con el jabalí. De forma involuntaria se me escapa un grito de rabia y alegría al aire, ya que lo daba por perdido. Antes ni siquiera de observarlo me siento mirando en dirección opuesta, para reponerme de todas las emociones negativas que llevo en el cuerpo desde anoche. Después de un rato me levanto y comienzo a examinarlo al detalle. Lo primero que busco es el tiro y corroboro mis sospechas, tiro de hígado. Se trata de un gran macho, precioso, con su pelo ya de invierno. Además, de su boca asoman unas bonitas navajas, que si bien no son de medalla, harán una bonita tablilla. Aunque si os soy sincero, en este caso, el trofeo es lo de menos, y mi mayor satisfacción ha sido poderlo cobrar. Mi conciencia puede descansar tranquila al no quedar el animal malherido agonizando en lo profundo de algún zarzal. Con el ánimo recuperado ahora queda sacarlo de allí y llevarlo a casa para aprovechar su carne, que disfrutaré con enorme satisfacción muy pronto.

Este lance será de los que no se olvidan, al igual que esa extraña inquietud que llegué a sentir en la noche de los vinaos. Y he aprendido lo mismo que Alfredo en su día, y es que en esta noche lo mejor es respetar la superstición que la rodea y quedarse uno en casa realizando tareas que no entrañen riesgo alguno, como releer una vez más, "Con la luna por testigo".

Aquí una foto del "jabalí de los vinaos";

https://ibb.co/7d74PHhR
Título: Re:LA NOCHE DE LOS VINAOS; En recuerdo de Alfredo Martín González
Publicado por: Tamajon en Noviembre 13, 2025, 01:26:26 am
Bonito relato y bonito Jabali.
Que lo disfrutes.