Ya sé que este relato no es de ningún viejo cochino bañado por la luz de la luna, pero como aquí muchos le damos a varios palos, cinegéticos, obviamente, aquí os dejo un relatillo de una montería de este año:
Salimos de Cáceres pertrechados con todos los aparejos “cazacantiles” y enfilamos raudos la carretera.
Según avanzamos, voy dejando poco a poco puesto el piloto automático y mis ojos ya sólo miran de soslayo a otros coches, cunetas, rotondas y pueblos. Mi imaginación se encuentra en otra parte, sobrevolando agrestes parajes, removiendo recuerdos de la célebre Sierra de la Escudera. Así llegamos a Carbajo, lugar al que nos encaminamos por la inercia de la ilusión, con altas expectativas para este marcado día de montería.
Unas buenas migas con huevo, algunos apretones de manos e intercambios de impresiones con otros amigos, monteros y postores, y primeros nervios cuando empieza el sorteo.
Le deseo buena suerte a Camilo cuando marcha en una de las primeras armadas e ,inmediatamente después, sale nuestra bola: ahí vamos Lori y yo a ver lo que la suerte nos depara: llevamos “el 1 de la Traviesa de los Baldíos”.
En nuestro puesto, la tablilla marca el nº 2 a pesar de que debía ser el 1; no obstante, al ser el último puesto, el anterior a una malla cinegética que hay en el regato de abajo, y no tener postores ni puesto alguno en ese lugar , ni a a derecha o a izquierda, presumimos es un mero error de marcaje, dando el puesto por bueno. Además es un puesto precioso, entre dos morras divididas por un cortafuego algo sucio. Lo único que no domino es el paso por el regato de abajo, pero claro, es imposible silbar cuando se está cantando, al igual que no se puede cantar, cuando se esta silbando.
Pese a las caras y aspavientos de Lori, prefiero hacer ruido y tronchar unas cuantas jaras, lo cual me permitirá disfrutar mejor del puesto. Después, sólo unos instantes, es lo que dura la calma.
Un continúo movimiento de reses y un sin fin de disparos, sin haber soltado aún las rehalas, hacen agarrar con fuerza a “látigo” y presagiar un día de los grandes.
Una hora más tarde, después de un gran número de lances sin disparo, ya que se trataban de ciervas y varetos, apareció el primer venao macho “volando” por el cortadero. Aquel se escapo de rositas al tener un juicio rápido y ser declarado “inocente” según la ley de la caza, que dicta dejar siempre caza para otro día; sin embargo, en ese mismo instante, Lori me tira del brazo a la vez que, con un tono de voz que de por sí sólo invitaba a la premura de acción, dice:
- ¡Juanito, por la derecha!!!
Cuando conseguí ver el motivo de tal cambio de tercio, otro venao se escurría ya por el cortadero a toda leche, creyendo escaparse de las llamas…(para ir a parar a las brasas). El animal, en un alarde de brío y fuerzas, dio un portentoso brinco, como si eso le fuese a permitir alcanzar las ansiadas primeras jaras, el abrigo del monte …. pero una certera bala trunco sus planes, miedos y ansias.
Pasaba la mañana y los disparos, las ladras y las voces de aliento de perreros para con los suyos, no cesaban. Dadas las circunstancias, cualquiera se ponía a sacar del morral el bocadillo, es más, no teníamos ninguna gana.
De repente, escuchamos un leve tarameo en el monte y un jadeo o respiración entrecortada. Lori empezó desde su asiento a tirarme de la pernera del pantalón mientras me hacía todo tipo de muecas y señales con la cara. Yo, de lo más tranquilo y sosegado, ni hice ademán ni de levantar el rifle (pensando que aquellos jadeos no podían venir más que de un mastín pasado en carnes), pero cual no fue mi sorpresa, que lo que apareció justo allí, a escasos dos metros mía y, por tanto, de una más que nerviosa Lori, fue una enorme y pimpolluda bola peluda y negra, de cerca de unos ochenta kilos, nada más y nada menos.
Así es la caza: lo que unas veces parece de ley, otras, se queda en nada. En el campo uno no deja de aprender y de sorprenderse. ¡Que sabrán los del deporte de la caza!
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