Esperas al Jabalí


Esperas en los carrizales----1ª parte

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Desconectado feder

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Esperas en los carrizales----1ª parte
« en: Diciembre 22, 2015, 10:32:26 am »
LOS CARRIZALES

¿Teo, te has dado cuenta de la cantidad de trochas que hay en esta siembra?, ¡fíjate como la atraviesan los guarros para ir a los emparrados de uva tinta que hay allí arriba, vienen de los carrizos, observa….!.

Andábamos juntos, mi buen amigo Teodoro Rincón y yo, con la escopeta al hombro, y con el deseo de matar alguna liebre aquella mañana fría de diciembre. Cuando no tuve más remedio que hacerle el comentario con el que he querido comenzar este relato. Íbamos acompañados de su hijo Jesús, un mozalbete de seis años de edad, y que el cual nos acompañaba con la mayor ilusión del mundo, para ver como su padre cobraba y se emperchaba algún ejemplar de caza menor, preferentemente alguna liebre.  La mañana trascurría aburrida, respondiendo nosotros a todas las preguntas que a Jesús se le venían a la cabeza, y que en su mayoría iban dirigidas y que hacían referencia a la escasez de caza. Nos conformábamos con enseñarle las camas de las liebres o los rastros que dejaban otros pequeños animales, porque lo que a cobrar algún ejemplar  se refiere, fue imposible de mostrarle.

Este año, ha sido el peor de todos, las perspectivas de primavera con la caza menor, se han ido “al carajo”, no ha quedado ni una perdiz en el campo y lo que es peor, que el amplio número de liebres existente de otros años, este año se ha visto mermado de forma considerable. ¿Qué ha pasado con las liebres, donde se han metido?, es una incógnita….

Teodoro es un gran aficionado a la caza, es más joven que yo, pero sin embargo ha entrado a formar parte de mi entorno de esperistas,  además de saber que es hijo de mi gran amigo Teodoro Rincón Huertas, otro admirable cazador. Teo, como así le llamamos los amigos, realmente posee una afición conmensurable, diría yo. El año pasado se apuntó, al grupo de amigos esperistas que formamos el equipo que pateamos los términos de Ruidera, concretamente  la finca de “Ballesteros”, conformando grupo con Carlos, yerno de mi amigo Ángel Luis Castro, Manolo “el veterinario” y  Eduardo “Chapín”.  La finca vecina de “Lizana”, es en la que estamos el resto del grupo: Jose Manuel Miranda, Miguel “el de la farmacia”, Nacho Ochoa y yo. Entre todos formamos el grupo de amigos bien allegados que somos.

Le hice saber a Teo aquella mañana, que aquellos parajes estaban muy tomados por los guarros, las muestras así lo evidenciaban. Conforme andábamos podíamos observar todas las huellas  repartidas por las parcelas del coto, ya bien por las  viñas, o entre los olivos, siembras y emparrados, todas las muestras convergían en  los carrizales que emergían de los terrenos más depresivos del terreno, los cuales recogían abundante agua y humedad.

Tras las insistencias de Teo para acecharlos en espera, me vi en la obligación de replantear la estrategia que tendríamos que seguir esa misma madrugada; Dependiendo de la dirección del aire, que por cierto procedía del Este desde hacía quince días; podríamos elegir una opción u otra, que no era sino ponernos en una cara u otra del carrizal, o bien de madrugada o de anochecida.

Para no dejar pasar mucho tiempo, elegimos la cara de saliente para colocarnos esa misma madrugada. Quedamos a las cinco de la madrugada, y nos colocamos en las zonas elegidas la mañana anterior. Teo se sitúo en lo alto de un gran “majano”, dominando por el frente las parras de reciente postura y por su espalda dejando todo el inmenso carrizal, del cual lo separaba  una franja de terreno en descenso de unos cuarenta metros, estos poblados de maleza no muy alta. Yo me situé, a unos doscientos  metros en línea con él, dejando entre ambos y por mi frente unas plantaciones de parras más veteranas y por mi otro lado una reciente siembra de cebada, la cual descendía hasta los mismos carrizales.

La estrategia era, el recibirlos en su retirada hacia los encames, situados en los paramos que conformaban dichos carrizales. El gran inconveniente que teníamos que soportar, eran las bajas temperaturas que sufríamos esos días. Los cielos estaban despejados de nubes desde hacía ya varios días, por lo que daba opción a sufrir heladas todas las madrugadas. Menos mal que la espera se limitaba a estar acechándolos hasta el amanecer, unas dos horas. Más tiempo, a una temperatura de bajo 7º, no se podría soportar. Al menos había que intentarlo, pues ilusión llevábamos “una poca”….

La noche, como de costumbre, la sufrimos medio en vela, pues esperábamos ansiosos la hora de levantarnos, y así no dar lugar a despertarnos tarde. Teo me recogió en su coche, para trasladarnos al lugar; sin hacer ruido nos preparamos e inmediatamente nos dirigimos chanteando a colocarnos a los puestos, los cuales estaban distantes de la ubicación del coche.

Aunque el amanecer en el campo, es de los espectáculos más agradables que podamos apreciar, la espera en sí, aunque cargada de mucha emoción, pasó sin mayores acontecimientos; no logramos oír, ni ver algún guarro. Procedimos una vez de día, a recoger y volver a casa, dispuestos a incorporarnos a nuestros respectivos trabajos.

La experiencia, en si, había sido buena, aunque poco exitosa, pero siempre debemos sacar nuevas conclusiones, para poder corregir en la medida de lo posible, algún error cometido; aunque ya sabemos que la mayoría de las veces “es cuestión de suerte”.

Ese mismo día quedamos para volver al lugar, pero esta vez sería por la tarde, para esperarlos en su salida. La estrategia a seguir, era ponerse en la otra cara del carrizal, con el aire como siempre, de cara y recibiéndolos, como he dicho antes, en su salida; concretamente en su posible busca de una bellota dulce, que hay en las encinas que están entre el olivar y distantes a unas decenas de metros de nuestra futura posición.
Continuará...........

 

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