Ahí va el relato del gorrinete que cacé hace unas semanas.
Enrevejío
Cualquier comienzo de temporada es siempre emocionante, pero si encima estrenas coto y puesto nuevo, para cuando va a llegar el día uno de abril ya son muchas las noches veladas en las que los imaginarios lances que se suceden en nuestras cabezas nos han robado el descanso, y es que como dice el refranero, quien tiene hambre, sueña con jabalíes.
El día de la apertura el aire era malo, y debí quedarme en casa. Pero decirlo era muy fácil y hacerlo algo menos, así que me subí para el monte buscando esa tranquilidad que solo allí encontramos. Sin novedad alguna, igual que fui, volví.
Dos semanas después todo se alineaba para intentarlo. Aire de levante, cielo despejado, una luna menguante que aparecería tarde por el horizonte, y un cebadero, aunque no muy caliente, sí con evidentes signos de tener algún comensal visitándolo ya varias jornadas.
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Temprano me coloqué en mi tree-stand. Desde las alturas el grano se veía claramente. Maíz en la boca del tubo, y nueces y almendras esparcidas por los alrededores. A simple vista, parecía que estaba sin tocar, pero las piedras que cuatro días atrás había colocado sobre las golosas almendras no estaban en su sitio.
La zona que tenía asignada en el coto, donde ubiqué este nuevo puesto, no parecía albergar muchos animales por los paseos que iba dando y los pocos rastros que encontraba. Pero poco a poco las marcas de los gorrinos se fueron haciendo más evidentes por las inmediaciones del cebadero. La plazuela no estaba muy pisada, pero sí la zona boscosas que la rodeaba, donde las trochas eran cada vez más distinguibles. Imagino que el tubo de pvc que usaba como depósito los hacía recelar en estas primeras semanas.
El caso es que había visto heces de alguna piara cerca, pero sin duda allí no entraban, pues siempre que volvía a reponer había gran cantidad de comida, tanto dentro del tubo, como fuera esparcida.
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Pensaba que los animales se moverían más tarde, pues los ruidos de unas cercanas urbanizaciones y transitada carretera eran continuos, pero aún de día, entre los aleteos de las palomas buscando dormidero en el pinar, me pareció diferenciar un crujir de ramas algo más sospechoso. Así que sin mover una pestaña me dispuse a disfrutar de los últimos minutos de luz del día.
Con la llegada de la noche el viento fue arreciando, y las ráfagas se suavizaron dando paso a una leve brisa que por momentos desaparecía por completo. Eso me permitió afinar un poco el oído. En la zona habitan zorros y tejones, pero esos leves chasquidos que cada vez se sentían más claramente me tenían en vilo, pues dudaba que proviniesen de alguno de ellos.
Todo fue caer la noche, y los leves sonidos comenzaron a sentirse más cerca del cebadero. Sin pausa pero sin prisa, un bulto negro se presentó al lado del tubo y quedó inmóvil. Apenas podía diferenciarlo bajo las sombras que le procuraban las ramas de los pinos; hasta que, muy despacio, dio unos pasos y se puso a comer. Escuchándolo masticar las primeras nueces y alguna que otra almendra me quedó claro que se trataba de un jabalí, y mi pulso se disparó por momentos.
Tomé aire intentando relajarme y con mucho cuidado descolgué el arco del gancho. Con una de sus palas apoyada en mi muslo, le dí un primer toque de luz con la linterna roja. El animal dejó de comer con el resplandor, pero no se movió del sitio. Buena señal, pues no conocía el comportamiento de los jabalíes en este coto a la luz, y esa quietud me dio confianza. Unos bocados más, y el brillo de sus ojos tras el segundo toque me indicaban que seguía de frente a mí, tal cual entró. Dejé pasar varios minutos mientras el jabalí glotoneaba, y al tercer toque vi que se había cuarteado ofreciéndome su costado izquierdo.
Apenas lo diferenciaba pero me parecía un animal de mediano tamaño. Había pasado un buen rato y no había escuchado ningún otro animal, así que me dispuse a ejecutar el lance sin más dilación.
Eran algo más de seis meses los que hacía que no tiraba a un jabalí, pero ya estaba tranquilo y tras abrir y encarar el arco, dí la luz, corregí el pin buscando la zona vital y toqué el disparador.
El fuerte sonido de la punta de cuatro filos al impactar sobre sus costillas era signo inequívoco de que había acertado. La flecha lo atravesó, y el animal de un potente arreón se perdió en la oscuridad del bosque quedando la solitaria flecha iluminada en el lugar.
La primera carrera fue muy corta, y a los pocos metros se detuvo. Escuché atento, y lo sentía moverse aún muy cerca del puesto. Se hizo el silencio durante unos minutos, pero no tardé en volver a oír estremecerse unos arbustos. Coloqué otra flecha y seguí esperando.
Durante ese tiempo de atención los ruidos que captaba eran leves pero incesantes, y pasados al menos diez minutos más, escuché claramente como el jabalí volvía hacia mi dirección, parándose antes de llegar a la plaza, para tras una pequeña pausa, darse la vuelta y volver a andar. No entendía muy bien que estaba pasando, pues ese comportamiento del jabalí no era normal tras tirarle y acertarle. Algo más lejos, casi en el barranco, escuché algo similar a una tos, y entonces comprendí de que se trataba de otro animal el que rondaba ahora la plaza.
Se acercaba y se alejaba por diferentes flancos, pero no termina de dar la cara. Tal vez la luz roja emitida por el culatín le hacía recelar, o tal vez fueran los olores dejados por el jabalí herido, el caso es que allí no asomaba y de nuevo dejé el arco colgado en su gancho.
El animal siguió deambulando el perímetro hasta casi una hora más tarde. Por momentos lo oí emitir un gruñido, pero no se trataba del sonido de alerta y posterior bronca por coger mis efluvios, ni tampoco se trataba de ese gruñido suave que emiten las gorrinas cuando quieren reagrupar a su piara. Empecé a dudar de si el animal que tiré venía realmente solo, pues aunque estuvo varios minutos comiendo en la plaza en los que no escuché ningún otro animal cerca, el comportamiento de este segundo jabalí me había descolocado.
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Cerca de las diez y media de la noche, cuando el silencio hacia un buen rato que era total, bajé a comprobar la flecha. Estaba empapada en sangre de buen color, y aunque no aprecié rastro de sangre del animal más que en dos puntos cercanos al impacto, presentía que no andaba lejos el gorrino que tiré. Recogí y me fui a casa.
Al poco de amanecer de nuevo estabamos allí mi amigo Jaime y yo con mi foxterrier. La perra llegó a la zona de impacto y salíó con un rastro hacia abajo, pero parecía erróneo, pues no veíamos sangre alguna. Efectivamente el animal a los pocos metros se detuvo en la trocha que llevaba. Volvimos arriba, pero era un suplicio, el monte estaba sucio y enmarañado y la trailla no hacía más que engancharse. Comenzamos de nuevo y la perra volvió a coger el mismo rastro que se adentraba en el barranco siguiendo una trocha muy clara. De nuevo se detuvo. Le volví a marcar la poca sangre que había visto la noche anterior cerca del cebadero, pero mi perra no andaba fina. Demasiados efluvios en la zona, y la inactividad le estaba pasando factura. Mi pelea por querer seguirla era constante con las ramas y arbustos. El sol iba levantando poco a poco y continuábamos sin avanzar, así que decidí soltar a la perra, y tras observar durante unos minutos como subía y bajaba al cebo sin rastros calientes fijos, comenzamos el pisteo mi compañero y yo rodilla en tierra. Nos costó un mundo encontrar las minúsculas gotas de sangre en la vegetación, pero poco a poco fuimos hilvanando una con otra. El jabalí había zigzagueado arriba y abajo, y tanto nos costaba seguir su huida, que por momentos volvíamos hacia el cebadero erróneamente.
No puedo negar que me invadieron los nervios por momentos, pero recordaba la flecha y ese brusco sonido cuando impactó sobre el costillar del jabalí, así que me animaba diciéndole a mi compañero que de un momento a otro las gotas rojas irían a más; unos pocos metros más adelante es lo que sucedió, además de un modo abrumador. Las gotas pasaron a formar grandes charcos casi continuos entre sí... para entonces, la perra que venía a nuestra vera ya tenía al gorrino localizado unos metros más adelante.
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El animal era más pequeño de lo que me pareció la noche anterior. La flecha entró a escasos centímetros del sobaquillo, y salió un poco más baja y trasera por el otro costado. Sin duda se movió al oír la suelta, pues la salida no se correspondía con la entrada ni la teórica posición del mismo. Tendría unos treinta kilos de peso, y parecía un tierno primal, pero empezamos a observarlo más detenidamente y vimos que se trataba de un jabalí de mayor edad. Sus testículos sobresalían notablemente de su cuerpo, los garrones de sus patas estaban desgastados, y un pequeño colmillo despuntaba de su mandíbula; era un gorrinete enrevejío.
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[font=georgia]Con más sufrimiento del esperado, encontramos el jabalí y terminamos la cacería. Así que contentos para casa.
Fin.
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Arco mathews Z2 64# 28"
Tubo beman mfx classic 340 a 29.5"
Punta slick trick vipertrick 125 grains.
Peso total flecha 615 grains.
Distancia recorrida: 45/50 m.