DESPIDIENDO EL MES DE JUNIO Y A UN VIEJO CONOCIDO
Llevaba días viéndolo comer desde la terraza de mi casa. Es más, creo que teníamos prácticamente el mismo horario pues, en cuanto yo terminaba de cenar, cogía los prismáticos y salía a la terraza a observar y allí estaba aquel bulto oscuro golpeando con su jeta en aquellas piedras que escondían una pequeña parte de su sustento diario. Algunos días volvía al lugar sobre las 6 de la mañana justo cuando yo suelo despertarme contra mi voluntad desde hace años.
Desde hace muchos años, he tenido jabalíes pululando por las cercanías de mi casa. Muchos de ellos han caído victimas de mi pasión por las esperas. Otros muchos se han salvado por muy distintas circunstancias, a veces por una climatología caprichosa y poco favorable, muchas veces por las labores agrícolas en la finca en el momento más inoportuno e incluso algunas veces, por el encuentro cara a cara y a plena luz del día con el objetivo que pretendía abatir en el momento de ir a ponerme de espera.
El caso es que algunos se han librado y los he tenido por la zona varios años al igual que muchas hembras que han criado sus camadas frente a mis ojos mientras disfrutaba de su presencia. Quiero pensar que, el jabalí del que os voy a relatar, es uno de esos que se han librado durante unos cuantos años pero que han seguido fieles a su careo por la zona hasta que le ha llegado su hora final.
Así pues, el pasado viernes, día en el que despedíamos el mes de Junio con un calor asfixiante, decidí en último momento, hacerle una espera más al protagonista de este relato. Según las previsiones del tiempo, el viento iba a estar soplando del Este hasta la medianoche, momento en el que cambiaría a poniente.
La distancia de tiro con el arco es muy limitada como muchos de vosotros sabéis y el terreno condiciona muchísimo la ubicación del tiradero. En el puesto habitual tendría el viento de frente la mayor parte del tiempo. Eso era lo que decía la previsión de la aplicación de mi teléfono, pero lo cierto es que estaba cambiante y soplaba más tiempo del Norte que del Este. Bueno, en principio tampoco me venía mal, salvo que el guarro me bajase desde la mancha de pinos que queda a la derecha del puesto y que utiliza muchas veces para sus entradas y salidas a la zona. Si venia por allí, estaba claro que no tenía nada que hacer.
Pero llevaba tiempo observando que los jabalíes también accedían o salían de la zona, por una gatera que habían hecho en la alambrada que separa una finca de la otra en la que cazo. El problema es que el paso de la gatera esta justo a tres metros de donde yo suelo apostarme y si eso ya es un problema de noche imaginaros entre dos luces lo que se puede complicar el movimiento para abrir el arco a esa distancia sin que te vea. Por si esto fuese poco. La Luna estaba casi llena, al 87% esa noche y no había nubes que taparan su fatídica luz.
Tengo otro apostadero preparado en la mancha de pinos, en el lado opuesto del que me suelo poner y que nunca había utilizado hasta ahora. Pero viendo que en ese momento, el viento me venía más de frente y que iba a estar más oculto de la luz de la Luna, decidí ponerme en el confiando en que el viento no cambiara y amparándome en la sombra de los pinos para protegerme de la luz de la Luna.
Coloque el catavientos en una ramita del pino, abrí mi silla y me senté debajo de un gran pino rodeado de bastante matorral con vistas hacia el tiradero que estaba a un desnivel de unos dos metros respecto a mi posición. Saque el telemetro y me dio una distancia de 16´4 metros al punto donde podría soltar la flecha. Prepare rápidamente el arco y todos los demás achiperres y me dispuse a esperar pacientemente.
Rápidamente apareció debajo de mí un conejo al que a los pocos minutos se le unió otro y que me tuvieron entretenido un buen rato. Me había sentado muy pronto ante la posible entrada del guarro mientras todavía era de día y esta vez no me equivoque. Con mucha luz todavía, el guarro apareció a mi derecha, avanzando lento y sigiloso y haciendo paradas intermitentes con intención de pasar por debajo de donde yo estaba apostado. Justo cuando empezó a rezar para que el guarro no cogiese mi rastro en el lugar por el que había accedido a mi puesto, el guarro se detuvo en seco, se dio la vuelta y enfilo por una senda de acceso a la pinada colocándose a tres metros detrás de mí.
Ya os podéis imaginar la tensión del momento. Ya casi daba por fracasada la espera una vez más, pero al menos, esta vez lo había vuelto a ver perfectamente a la luz del día y con que no detectara mi posición me conformaba.
Lógicamente yo no movía ni las pestañas y trataba de contener la respiración para evitar que le llegara el olor de mi aliento. Inmóvil total y en silencio absoluto sin oír nada a mi alrededor, imaginaba al guarro a pocos metros detrás de mí, preguntándose que era aquel extraño bulto que había entre los matorrales cuando caí en la cuenta de que el catavientos estaba tan inmóvil como yo. El viento había cesado y todavía quedaba esperanza.
El tiempo fue pasando y a su vez la luz del día fue dando paso a la oscuridad de la noche mientras yo seguía en inmovilidad absoluta y absorto en mis pensamientos mezcla de esperanza y de temor por el posible fracaso de la espera hasta que oí un sonido metálico. El guarro había hecho un abarco por detrás de mí y había avanzado por la pinada hacia el Oeste para bajar a la finca de al lado y volver cruzando la gatera hacia donde yo estaba.
El corazón me dio un vuelco al observar al guarro avanzando por el alto pasto en mi dirección a unos 18 metros. Permanecí inmóvil y espere a que empezase a comer y se confiara un poco. Llegado este momento, me puse a observarlo con el monocular hasta asegurarme que tenía buena posición para soltar la flecha. Lentamente, cambie el monocular por el arco y aproveche mientras comía para abrirlo. Justo en ese momento se volvió hacia mí y dejo de comer por unos segundos. Los demonios volvieron a mi mente temiéndome lo peor pero rápidamente bajo de nuevo la cabeza y continúo a lo suyo. Apunte y solté la flecha. Sonó un gruñido y el animal cayó sobre su sombra como si le hubiese golpeado una bola de demolición. Quedo inmóvil en el suelo unos instantes pero rápidamente empezó a sacudirse intentando levantarse hasta que arrastrando los cuartos traseros consiguió avanzar hasta el pasto por el que había accedido al lugar.
En ese momento me di cuenta de que le había dado en la columna y que sería necesaria una segunda flecha para rematar cuanto antes. El animal volvió a caer sobre el costado y se quedó inmóvil mientras que yo habría el arco de nuevo para soltar la flecha de remate, Pero de nuevo se incorporó un poco y comenzó a restregarse sobre el suelo sin dejar de moverse hasta que consiguió desprenderse de la flecha y de nuevo sobre sus cuartos traseros, cruzo a rastras en mi dirección hasta ponerse debajo de mi a tres metros. Tuve que cerrar el arco porque los matorrales que tenía alrededor me impedían poderlo ver con claridad para apuntar y soltar la flecha. Avanzó un poco más y consiguió llegar a hasta la senda por la que un rato antes había entrado a la pinada pero la herida que llevaba le impidió subir por ella y tras unos minutos revolcándose frente a mí, en los que volví a abrir el arco pero de nuevo los matorrales me impedían el tiro, enfiló arrastrándose camino abajo hasta que consiguió refugio en un campo de naranjos.
Con esa herida había que rematarlo cuanto antes para evitarle sufrimiento, pero además, había peligro de que el dueño de la finca pudiese encontrarlo herido al día siguiente y sufrir un ataque. Cogí el arco y me fui a buscarlo pero entre la espesura de los naranjos que lo envolvía todo en una sombra era imposible distinguirlo y mucho menos avanzar con el arco.
Decidí mandar un mensaje al novio de mi hija que también es del “oficio” y estaba cenando con ella en una localidad cercana y que no tardaron en acudir a la llamada. Tras contarles brevemente lo sucedido y explicarles lo peligroso de la situación y que había que darle solución cuanto antes, tomamos el cuchillo de remate y los frontales para iluminarnos y atraillé a Sam, mi teckel infalible para el rastro, para que nos llevara hasta el jabalí herido. Subíamos en silencio por el camino hasta el lugar donde lo pude oír por ultima ver cuando mi hija comenzó a decir que lo estaba oyendo en el campo de naranjos que teníamos a nuestra derecha. Yo le decía que habría oído a un conejo porque yo lo había oído por última vez uno o dos campos más arriba antes de que ellos llegaran. Con los frontales encendidos comenzamos a buscar sangre por el camino pero lo que vimos fue el arrastran del animal en su avance hasta internarse en el campo donde mi hija decía haberlo oído.
Rápidamente, Sam cogió el rastro y comenzamos a avanzar por los naranjos hasta llegar a un cañar donde comprobamos que había dejado una gota de sangre y se había dejado caer al siguiente campo de naranjos. Avanzamos unos metros más buscando un lugar más favorable para bajar cuando sonó un fuerte gruñido y unos bufidos que nos confirmaron que el guarro estaba allí bajo.
El novio de mi hija se descolgó rápidamente y desenvaino el cuchillo al tiempo que el guarro arremetió contra él. Unos segundos después llegue yo y lo vi castañeteando con los colmillos mientras nos lanzaba embestidas Para entonces, el muchacho ya le había dado una buena estocada con el cuchillo al tiempo que el jabalí le había dado una puntada a él en el codo con el colmillo. Le pase a Sam a mi hija y mientras yo trataba de distraer al guarro, el compañero le dio la certera puñalada que acabo rápida y definitivamente con su vida.
A partir de ahí ya todo fueron abrazos y felicitaciones por este lance finalizado en familia y con la colaboración de todos mientras les contaba todos los detalles de la espera.
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